Ana Castillo: “En Chile me esperaban los golpes más duros que me daría la vida”

Ana Castillo: “En Chile me esperaban los golpes más duros que me daría la vida” Fotografía de Daniela Pérez.

Piedra Blanca de Haina es un municipio al sur de República Dominicana con una población de poco más de 30 mil habitantes que mayoritariamente subsisten de la ganadería y agricultura. Ahí a más de 6 mil kilómetros de Chile, en aquella isla caribeña, residía Ana Castillo, o Margareth, como le gusta que la llamen. Una mujer de esfuerzo, casada y con tres hijos.

Margareth comenta que la vida en Piedra Blanca es desigual, “el que tiene plata está bien, pero el que no la tiene gasta su vida sabiendo que no obtendrá otra mejor”, explica que ese es el principal motivo para que la gente busque otros destinos. Ella trabajó 17 años en un laboratorio médico, laburo que junto al de su esposo alcanzaba para una cierta tranquilidad que la vida se encargaría de romperla.

“En 6 días cambió todo cuando el 21 de febrero de 2008 mi marido, con el que me había casado hacía 24 años, tuvo un accidente en moto, yo no sabía la magnitud y pensé que era algo menor”, rememora.

Él conducía por una de las carreteras de la zona cuando un camión de gran tamaño lo golpeó en la cabeza perdiendo parte de la masa encefálica. “Lo llevaron a un hospital especializado donde lo conectaron a una máquina de respiración artificial, me gasté toda la plata, contraté enfermeras y mandé a buscar médico a Estados Unidos, hasta que el 26 de febrero me cuentan la magnitud del accidente”.

Con lágrimas recuerda cuando le comunicaron que su esposo no volvería a despertar del coma “pero yo no lo quería aceptar, yo veía que movía sus ojos cuando le hablaba al oído. Sin embargo, a las 7 de la mañana del día siguiente falleció, ahí comienza mi tragedia”.

Los gastos médicos la dejaron con los bolsillos vacíos, la familia de él la echó del hogar que habían construido juntos, las amistades le dieron la espalda e incluso parte de su propia familia también la negó, recuerda que la situación económica fue tan mala que lavó los platos a sus ex asesoras del hogar para poder alimentar a sus hijos. “Me dio depresión, perdí mucho peso y toda vida social. Tres meses estuve así hasta que me enteré que una antigua amiga había viajado fuera de mi país en busca de nuevos horizontes”.

Emigrar o dejarse morir

Pero no todo era tan sombrío, una ex compañera con la que estudió le tendió una mano para levantar una habitación donde vivir con sus hijos. “Llegué a dormir en cartones, pero ella me ayudó, ahí fue cuando supe que mi otra amiga ya no estaba en República Dominicana”. Marcela, su amiga, había viajado a Chile.

¿Qué idioma hablan? ¿Qué país es ese? Fue lo primero que preguntó Margareth. “Cuando hablé con ella le digo que quiero resurgir, quería saber si había una oportunidad pues sentía que si me quedaba en mi país iba a morir, ya no tenía posibilidades, más aún cuando mi familia me cerró las puertas simplemente porque mi situación económica había cambiado”.

Fue en junio de 2012 cuando viajó a Chile. Sus profundos ojos negros se zambullen en el silencio buscando imágenes en el cajón de los recuerdos para explicar que se vino con parte del dinero que obtuvo de una demanda por la muerte de su esposo: “Fue lo que sobró luego que le arreglé la casa a mi suegra y repartí en partes iguales entre mis hijos”.

“En Chile me esperaban los golpes más duros que me daría la vida”, reflexiona Margareth Castillo. “Al llegar tuve que pagar 200 dólares a un contacto que me dejaba estar en un apartamento hasta que yo consiguiera trabajo”, así fue que al poco tiempo comenzó como asesora del hogar para una familia en el sector de Lo Curro, barrio alto de Santiago.

“Entregué todos mis papeles para el contrato pero el empleador demoró tanto el trámite que cuando los presentó en extranjería estaban vencidos, me rechazaron la visa y luego de una discusión me despidieron”.

Había que volver a empezar. En un país desconocido, una cultura diferente, sola en esta aventura y sin sus hijos cerca comenzó la búsqueda de un nuevo empleo, pero nada la haría imaginar lo que el destino le tenía preparado. Margareth cruza sus manos y con su rostro tenso mira al cielo.

 

Con su dignidad por el suelo solo buscaba un lugar donde la valoraran por lo que hace y no por su apariencia. “Porque mi piel, mi pelo y mi descendencia no la puedo cambiar, no tengo los ojos verdes ni azules, los tengo negros, así soy. Ya llevo un año y me siento muy bien, me gusta este trabajo. Acá me dicen “negrita” pero de cariño y no “negra asquerosa” como me dijeron una vez en el Metro”. – Ana Castillo (Margareth).

 

Perderlo todo o vivir el dolor acá

Lo más duro vendría a los dos meses. Respira profundo y su mirada se empaña con lágrimas de dolor: “A mi hijo lo mataron a los 19 años en República Dominicana y no pude viajar a despedirlo, porque si iba lo perdía todo, no podría volver a entrar a Chile. Era irme y perderlo todo o quedarme y sufrir mi dolor acá”.

El joven estaba en un centro de diversión y se enredó en una discusión con un vecino, el pleito continuó más tarde al encontrarse en el barrio: “Mi hijo guardaba su moto mientras el otro muchacho aparcaba su camioneta, fue ahí donde se trenzaron a golpes, mi hijo destrozó los vidrios de la camioneta e incluso lo quiso agredir con un machete, finalmente se calmó la situación”.

Añade que  “mi hijo iba caminando a la casa de su novia aún con el machete en la mano y un policía de civil lo llamó para interrogarlo, acto seguido le dispara en una pierna supuestamente para tranquilizarlo. Cuando llega la policía le entregan a mi hijo vivo, lo montan en la camioneta y cuando se pierden en una curva se escuchan cuatro tiros, en ese instante la gente que oyó esto estaba convencida que lo habían matado, la policía lo mató, pero ellos decían que había sufrido un accidente”.

“Cuando finalmente me dijeron que Cristopher murió yo no sabía qué hacer, me volví loca, lloré, fue traumatizante, pero no me fui, incluso me escondieron los papeles y pasaporte a pesar que yo quería ir a toda costa”. Sus compañeras la convencieron que no había nada que hacer: “Me decían que ya estaba muerto, que si yo viajaba no podría realizar los sueños que traje pero si me quedaba tendría esa oportunidad aunque lleve el dolor por dentro. Aprendí a vivir con mi dolor, todo el tiempo riéndome, destruida por dentro, pero acá estoy”.

 

 Racismo y discriminación

El rigor de las experiencias que Ana Castillo –  Margareth – ha enfrentado retratan lo que muchos extranjeros deben sobrellevar viviendo en Chile.  “Es muy fuerte la discriminación por parte de los chilenos, una vez le preguntamos a una señora por una dirección y nos dijo que no hablaba con negros”. Establece que los episodios de malos tratos se reiteran: “Hasta los niños me golpeaban cuando trabajé como nana y los padres no le decían nada”.

Se negó a ese tipo de trabajos y decidida a no desempeñarse más en una casa particular entró a una agencia que hacía aseo en las líneas 3 y 6 del Metro, luego se fue a una universidad privada ubicada en uno de los barrios bohemios de la capital: “Fue mi peor error, ahí sí que son racistas, duré tres meses, fueron llantos, me aislé, no hablé con nadie. Me trataban como si tuviera peste, me hacían el quite, me daban los peores trabajos”.

Con su dignidad por el suelo se acercó a otra institución de educación superior en el centro de Santiago a buscar trabajo, empuña su mano para darle valor a sus palabras y expresa con fuerza que lo estaba pasando mal y que solo buscaba un lugar donde la valoraran por lo que hace y no por su apariencia. “Porque mi piel, mi pelo y mi descendencia no la puedo cambiar, no tengo los ojos verdes ni azules, los tengo negros, así soy. Ya llevo un año y me siento muy bien, me gusta este trabajo. Acá me dicen “negrita” pero de cariño y no “negra asquerosa” como me dijeron una vez en el Metro”.

Margareth piensa que la actitud negativa que tienen los chilenos con algunos extranjeros es porque “acá creen que venimos a quitarles el trabajo, pero cada migrante que llega viene con un propósito, una meta. El chileno si llueve se queda en su cama, nosotros si llueve nos compramos un paragua y salimos a enfrentar la lluvia, no hay dolor que nos pare”.

Para el futuro solo desea tranquilidad y un lugar donde descansar en su vejez pero hablar del presente le resulta complejo: “Vivo el día a día, pero si se remueven los recuerdos viene la pena, pero mejor es dejarlos dormir, que descansen, por eso estoy de pie, soy una guerrera y con mi marido nos quedaremos hasta que los chilenos dejen de ser racistas”.

Ha vivido muchas malas en su estadía en Chile, la vida cambió pero en ocasiones también ha sido amable: “Tengo un nuevo esposo que es dominicano, la vida con alta y baja me volvió a sonreír y no fue en mi país”. Margareth no sueña con volver a vivir en Piedra Blanca pues las dos veces que viajó a República Dominicana solo fue a llorar, no encontró la fortaleza para ir a la tumba de su hijo: “Algún día voy a ir, pero todavía no, para mi él también está de viaje”.

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

Sube