Crecer lejos de casa

Crecer lejos de casa Imagen creada con IA

“Entraron delincuentes a mi casa y nos tuvieron, por decirlo de alguna manera, secuestrados, fue algo así como unas 3 o 4 horas. A mi mamá, a mí y a mi hermana no nos hicieron nada, no nos lastimaron ni maniataron, pero a mi papá sí”. Este es el impactante testimonio de Margareth Carrero (30), una joven venezolana que relató con sus ojos vidriosos y colorados, que sufrió un robo con secuestro en su propio hogar en Caracas.

 

Por: Javiera Alfaro y Monserrat Duarte

 

A plena luz del día, le sustrajeron su ropa, maquillaje y artículos de primera necesidad. Este hecho traumático no solo le significó el arrebato de sus cosas materiales, sino también de su tranquilidad en su querido hogar, lo que la llevó a la decisión de migrar a Chile en 2019.

Para muchos, la migración hacia Chile es un viaje marcado por la esperanza y la incertidumbre, un giro en el destino donde cada paso puede cambiar una vida. Cruzar las fronteras es lanzar una moneda al aire.

Al dejar atrás su tierra, cada migrante lleva consigo la espina de distintas vulneraciones sociales que han afectado a Venezuela bajo el régimen de Nicolás Maduro, quien, tras once años en el poder y una controvertida reelección el 28 de julio del 2024, ha generado que millones de sus ciudadanos busquen oportunidades en distintas partes de América Latina y el mundo.

Las condiciones precarias de Venezuela se ven expuestas en el informe entregado por la alta comisionada del 2019, Michelle Bachelet. Este documento fue mostrado ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, donde se mencionaba que: “Las familias venezolanas cada vez dependen más de los programas sociales para acceder a niveles mínimos de ingresos y alimentos”.

Los números hablan por sí solos: La Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela reporta que, en noviembre de 2023, el número de migrantes y refugiados en Chile alcanzaba los 444,423. Sin embargo, el flujo no cesa; en mayo de ese mismo año, la cifra había ascendido a 532,715, revelando una ola de desarraigo que no muestra signos de disminuir.

La situación económica en el país caribeño, aunque ha visto una leve baja en la inflación, sigue siendo devastadora. Según el medio El Economista, Venezuela salió en diciembre de 2021 de una hiperinflación que comenzó en 2017 y que durante cuatro años hizo trizas el valor del bolívar.

José Martínez (38) es un ejemplo de sacrificio y superación. “Decidí migrar a Chile en 2016, ya que un día estaba trabajando y mi esposa, desesperada, me llama diciendo que la hija de nuestra vecina fue secuestrada por unos delincuentes que pedían dinero para su rescate”- cuenta Martínez, donde cada palabra que pronunciaba estaba cargada de una preocupación que ensombrecía su voz.

Aunque el rescate se pagó, no podía dejar de pensar en su hija, temiendo que algún día le ocurriera lo mismo.

Sin embargo, el camino no es fácil. La xenofobia, la precariedad laboral y la falta de oportunidades son barreras que se alzan ante ellos, pero la necesidad de subsistir económicamente es más grande, llevando a muchos a adaptarse a cualquier tipo de labor, aunque no sea en sus profesiones u oficios. Por ejemplo, el Centro Nacional de Estudios Migratorios (CENEM) de la Universidad de Talca indica que un 87,3% de los migrantes ha trabajado en algún momento en el sector comercial, en actividades de alojamiento y en servicios de comida.

 

Capítulo I- Del dolor a la superación en Chile: La travesía de Margareth Carrero

La sombra del dolor familiar

Margareth evoca con tristeza cómo su madre siempre supo que la pequeña, luego fallecida, había sido víctima de una negligencia médica, pero cuando el gobierno emitió el informe forense, decidió cargar la tragedia sobre sus hombros.

Margareth Carrero, una joven venezolana (30), sufrió un traumático robo que la llevó, con un nudo en la garganta, a ordenar sus maletas y abandonar su hogar. A su suerte, llegó a Chile hace cinco años, en busca de tranquilidad y una vida que la hiciera prosperar en todo ámbito.

Pese a estar rodeada de su familia, su vida en Venezuela no fue fácil, pues el entorno que la envolvía constantemente emitía sonidos de alerta. Margareth se mentaliza para no quebrarse y comenzar el relato de su historia en la cálida ciudad de Caracas: “mi infancia fue normal, mis padres eran de clase media baja. Mi papá era el que trabajaba trasladando gente al aeropuerto y mi mamá se dedicó al hogar”.

Su padre tuvo una economía estable con buenos ingresos, pero de la noche a la mañana, los billetes y sus anhelos se esfumaron. “Después del 2003 si no estoy mal, fue el paro petrolero en Venezuela y a mi papá le tocó ser independiente y todo lo que conlleva tener un trabajo de esta manera”, relata Carrero con tono de resignación.

El artículo académico Sistema de Salud en Venezuela publicado en el 2011, demuestra que la salud en el país es una problemática de constante preocupación y que desde 1999, se encuentra en proceso de cambio buscando crear un sistema público regido por la gratuidad y universalidad. Sin embargo, hasta que no se cuente con dicha ley, se mantiene el sistema tradicional altamente fragmentado.

La negligencia del sistema de salud en el país caribeño, fue testigo de lágrimas derramadas; su madre tuvo un duro embarazo en esta época, donde su hermana nació en el hospital Concepción Palacios. “La maternidad estaba con una bacteria, pero que, por temas políticos, lo taparon. Mi hermana falleció a causa de esto dentro del área” -narra con un largo suspiro de dolor-.

Margareth evoca con tristeza cómo su madre siempre supo que la pequeña, luego fallecida, había sido víctima de una negligencia médica, pero cuando el gobierno emitió el informe forense, decidió cargar la tragedia sobre sus hombros, dejando una cicatriz imborrable en su familia.

En el año 2012 nació su otra hermana en el hospital público Pérez Carreño, sin embargo, la llegada de esta nueva integrante fue vivida de una manera más tranquila, con un alivio que contrastaba con los momentos de dolor del pasado. “El área de maternidad estaba recién remodelada, entonces todo estaba nuevecito y bonito, por decirlo de alguna manera”, comenta.

 

La partida de un hogar querido

Además de dejarlo todo en su tierra natal, Carrero también tuvo que despedirse de sus padres y su hermana, lo que la hundió en momentos de plena soledad en Chile.

Ella confiesa que nunca se vio desarrollándose como persona en Venezuela, ya que siempre tuvo el deseo de migrar, como si en su interior algo le susurrara que su futuro estaba en un lugar lejano. El secuestro que vivió fue lo que la empujó a huir, dejando todo lo que amaba, pues no podía seguir viviendo con el terror constante de que su vida fuera arrebatada.

Hasta que surgió el momento de abandonar el lugar que la cobijó por 20 años; todo era incertidumbre. Comenzó viviendo con su pareja y sus suegros, pero jamás imaginó las consecuencias que esta decisión le acarrearía.

Su mirada se pierde poco a poco y el peso de los recuerdos se hace presente: “luego del secuestro, empecé a vivir con mi pareja. No fue fácil porque yo estaba acostumbrada a mis costumbres y mi dinámica familiar y no me llevaba muy bien con el papá de él. Fue complicado”.

Junto a su pareja tomaron la difícil decisión de migrar, pero su mirada inicial no estaba puesta en Chile, sino en Colombia, donde esperaban encontrar nuevas oportunidades y una vida diferente.

– Primero fuimos a Colombia relata con una voz quebrada -, realmente no nos fue bien, pensábamos que sería más sencillo y no lo fue. Estuvimos ahí nueve meses y nos regresamos de nuevo a Venezuela”.

Carrero había conseguido un puesto como garzona en Colombia donde le pagaban por el día trabajado, llegando a ganar tan sólo siete dólares a la semana. Pero con una sonrisa resignada, pensaba que sus esfuerzos la llevaban un paso más hacia sus sueños.

“Estoy muy agradecida de la familia de mi ex pareja – comenta con una delicada sonrisa de gratitud -, porque fueron 9 meses en los que yo tenía este trabajo donde nos alcanzaba justo para nuestras cosas personales. Ellos nos dieron un techo, comida y nos ayudaron en lo posible”.

Al regresar a Venezuela, descubrieron que él tenía familiares en Chile. Este hallazgo encendió su última chispa de esperanza. Emprendieron su camino hacia este país largo y angosto que les prometía la oportunidad de renacer.

Carrero comparte una conversación con un amigo que reside en Chile, donde él la alentó a dar el salto hacia lo desconocido, asegurándole que allí le esperan mejores oportunidades. “Lo conversé con mi pareja y nos coordinamos con su familia para venirnos. Sus padres vendieron pertenencias para tener el dinero y migrar”- rememora con nostalgia-.

En un instante lleno de tensión, la joven venezolana llegó a su destino el 4 de mayo de 2019 cruzando justo en el límite: solo dos días después, se anunció que se requeriría visado para ingresar. “Para mí fue mucho más sencillo sacar el visado porque la metí por profesional con mi título de periodismo. Se demoraron un año en dármelo, pero me lo dieron”, -suspira con alivio-.

Migrar no fue color de rosas y los recuerdos reflejan una profunda tristeza: “lo más difícil sin duda fue dejar a mi hermana que en ese momento tenía 6 años, muy pequeña y ver que mis papás iban a quedar en la misma situación”.

Aunque su padre tiene trabajo, no le alcanza para más; la carga es pesada y la esperanza escasa. Su madre continúa dedicándose a las labores del hogar, mientras que el dinero es tan limitado, que apenas alcanza para la comida y los servicios. Gastar en disfrutar, es un lujo inalcanzable.

“Mis papás no quieren migrar porque ya son mayores, mi papá tiene 60 años y mi mamá 53. Convencerlos es complicado, pero lo están meditando por mi hermana, ya que es adolescente y la situación en Venezuela no es la mejor para que viva esa etapa”, explica Carrero.

– ¿Presentaron dificultades al emigrar a Chile?

– Para llegar no fue complicado, pero la demora de un año en extranjería me generó problemas, porque en los lugares que buscaba trabajo me pedían el visado y yo decía “no tengo papeles todavía”. Incluso ahorita gestioné mi residencia definitiva y se demoraron dos años en responderme.

Su estadía comenzó con incertidumbre, realizando trabajos que no distaban mucho de los que había tenido en Colombia. Su pareja de aquel entonces consiguió empleo en un restauran, cuando creían por fin establecerse, la pandemia golpeó al mundo y a su realidad.

La vibrante actividad del restaurante se esfumó y se encontraron varados nuevamente en la espera de salir adelante. “Quedamos en paro hasta mayo del 2020, pero afortunadamente ese mes conseguí empleo en una empresa, soy supervisora en una aplicación llamada Retorna que hace envíos de dinero de Chile a otros países”.

Esperanza en medio del sufrimiento

Carrero confiesa lo que le dejó una huella indeleble en su corazón. “Me marcó como persona el término de mi relación amorosa de 7 años. Para mí, él era mi soporte acá. No fue fácil.” Su ruptura la sumió en una depresión que la llevó a un hospital de salud pública, definiendo el sistema como “bueno, porque aquí solo compras un bono y te atienden. Sí, se demora, pero no te van a dejar morir como en Venezuela”.

Pese a sus momentos de desasosiego, reconoció que sus expectativas se cumplieron en Chile, pero la desilusionó el no poder ejercer su derecho a voto en las recientes elecciones presidenciales de Venezuela. “Vi todo el desgaste que tuvo mi país, entonces estando fuera de ahí, me hubiera encantado votar, pero hubo muchas trabas, sobre todo acá en Chile”.

De manera espontánea, Margareth reflexiona con un eco de sabiduría y una mirada que destilaba tanto la melancolía como la determinación: “mentalízate, porque no va a ser todo tan fácil, hay complicaciones y tienes que estar preparado. Estar en otro país te enseña mucho, ves el mundo de una manera muy diferente”.

 

Capítulo 2 – Sudor y el sueño de un hogar: El viaje de José Martínez

Todo por la familia

Martínez tuvo que dejar a su familia en su país natal, ya que de esta manera podría conocer y adentrarse en la realidad chilena antes de arriesgar a su esposa e hija a la incertidumbre.

En las candentes playas de Reñaca, Chile, una familia venezolana se sentó en un restaurante frente al mar; ansiosos por disfrutar un festín de mariscos frescos. La brisa marina les prometía una amigable tarde en familia, pero al pisar el lugar, los ojos de los demás clientes se impregnaron en su vestimenta sencilla. Hicieron su pedido, los meseros, antes sonrientes, comenzaron a evitarlos. La calidez del ambiente se tornó en frialdad.

 

– “Pedimos unas bebidas y una entrada -cuenta José Martínez (37)- sólo nos llegaron las bebidas y a las personas que venían después de nosotros, le entregaban los platos, a nosotros no nos llegaba nada. Le pregunté al mesero y dijo que nuestros platos iban a tardar. Nos sugirió pedir la cuenta”.

El clasismo y la xenofobia se hizo palpable, apagando las risas y sumiendo a la familia en un silencio incómodo. Con valentía, se levantaron de la mesa, no como un gesto de derrota, sino como una afirmación de su dignidad.

En este sentido, Rodrigo Bustos, director ejecutivo de Amnistía Chile en diálogo con El Desconcierto, menciona que existe “una retórica que también ha implicado muchos discursos discriminatorios contra las personas extranjeras y de mucho racismo”, lo que ha generado que estos tratos sean normalizados y aplicados por cada vez más personas.

Con el sudor de su frente, Martínez trabajó durante ocho años como administrador de empresas en Venezuela. En 2009 la suerte estaba de su lado con un sueldo cuesta arriba de 1.300 dólares, pero en 2013, más de la mitad de su salario se esfumó en el aire.

– “Cuando muere Chávez, el gobierno comenzó a tener menos capital; empezó la escasez de comida y hasta los más humildes tuvieron la obligación de trabajar”.- recuerda Martínez.

Con su hija de 3 años y su esposa, no podía comprar pañales, por lo que decidió salir de su país y despedirse de la situación tan compleja que atravesaría antes de que fuese demasiado tarde. “Si sigo acá, va a llegar un punto que no voy a ganar ni 2 dólares mensuales y va a ser imposible salir de este país, imposible”, pensó en ese momento.

La desesperación inundó a Venezuela en el año 2016; las personas comenzaron a delinquir desde las formas más atroces, llegando al extremo de secuestrar niños y pedir dinero para su rescate. Mientras su mirada se perdía en la nada, José cuenta el momento en que se le aceleró el corazón, donde recibió una noticia que cambiaría el transcurso de su vida.

Al otro lado del teléfono estaba su esposa contándole que unos delincuentes habían secuestrado a la hija de su vecina. “Nosotros no queríamos vivir con el miedo de que le pase lo mismo a la nuestra, entonces dije; tenemos que migrar”, cuenta José, con una mirada que se transporta con reticencia al pasado.

José no se avergüenza de la infancia humilde, pues su abuela fue su mayor cobijo y lo recibía siempre con una sonrisa candente después de jugar con sus amigos y llegar con su ropa cubierta de barro. “Éramos de clase baja, vivíamos en una casita muy pequeña. Mi mamá no pudo criarnos a mí con mis dos hermanos, entonces nos fuimos a vivir con mi abuela a un pueblito”.

Pese a que su segunda madre era analfabeta, sus manos nunca se detenían y se las rebuscaba para tener un sustento; cada venta que ella hacía se transformaba en un plato de comida para los suyos. Luego, la fuerza de la mujer luchadora comenzó a ceder ante la enfermedad y el camino los llevó a Caracas, donde un nuevo refugio los acogería.

– “Mi padrino se encargó de darnos educación a mí y a mi hermano menor. Fue un cambio drástico, porque estábamos acostumbrados al campo y la ciudad era muy tecnológica, pero de a poco me fui haciendo buenos amigos”.

La tranquilidad no fue eterna, su padrino falleció en Inglaterra en 2008. Aunque este legado les aseguró la herencia del hogar, dejó un vacío imposible de llenar y José sacó fuerzas para seguir adelante desde su modesto bienestar; estaba desenvolviéndose profesionalmente como administrador de empresas en cadenas de restaurantes.

El poder de la resiliencia

Comenzar sin nada no es fácil; sólo las ganas de surgir son la motivación del día a día. Con trabajos esporádicos y con dinero que alcanza para lo justo, José cuenta sobre sus primeros trabajos en Chile que, con mucho esfuerzo, logró sacar adelante. “Empecé a trabajar de cocinero, partí súper, súper de abajo”.

Debido al bajo sueldo que mantuvo durante un tiempo, decidió adentrarse en el mundo profesional y realizar cursos que pudieran complementar su experiencia en la materia de ingeniería, ya que, de esta manera, podría ahorrar y traer a su familia desde Venezuela.

Al momento de migrar, Martínez tuvo que dejar a su familia en su país natal, ya que de esta manera podría conocer y adentrarse en la realidad chilena antes de arriesgar a su esposa e hija a la incertidumbre, “el sueldo no me alcanzaba para venir los tres juntos”, explica.

Con un aliento de seguridad y la mirada fija en nuestros ojos, José cuenta que comenzó con cápsulas con información sobre programación, luego se adentró en empresas y, finalmente, comenzó a trabajar en estos lugares. Luego de un año logró juntar el dinero suficiente para traer a su familia, quitándose un peso de encima.

En los primeros momentos de la llegada todo era tranquilidad y estabilidad, hasta que Martínez junto a su familia, tuvieron la mala suerte de atravesar por una crisis económica que ponía en riesgo la integridad de su niña.

– “Teníamos unos sueldos muy bajos y a nuestra niña no teníamos con quien dejarla, entonces la dejamos con cualquier persona que la cuidara, eso nos daba temor”.

Hoy, su vida es una historia diferente; José y su familia viven bien, disfrutando de los frutos de su esfuerzo y mirando hacia al futuro.

“Estamos reuniendo dinero para comprar una casita en el sur de Chile. Al final uno lo que quiere es tranquilidad a tu vida adulta”, compartió con una mirada serena.

Para estas familias migrantes venezolanas, rehacer su vida a kilómetros de los hogares que los vieron crecer y luego partir no fue fácil. La lucha constante y el futuro prometedor que les espera, refleja los frutos de su largo y arduo trabajo. “No todo el mundo tiene los sueldos altos acá, pero por suerte gano un poco más y eso me da cierta estabilidad económica y más seguridad”, expresa José con tono de superación.

Chile se convirtió en su nuevo abrigo; les dio diversas oportunidades para crecer y formarse como ciudadanos. “Vivir en otro país te enseña mucho, no solo de manera personal, sino que aprendes de la cultura”, comparte Margareth con agradecimiento. Pese a los miedos y los riesgos que corrieron al salir de su país, con valentía y coraje emprendieron su rumbo.

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