Dulce veneno

Dulce veneno

“…la dejé por 9 meses, cuando quedé embarazada, durante ese tiempo no consumí y fue horrible, los efectos de la abstinencia me duraron todo el embarazo, pero no quería condenar a mi hijo al infierno que vivo yo por la droga”, es parte del crudo relato que entrega Amanda, una joven adicta a esta droga opioide llamada ketamina.

 

Por: Álvaro Stears

 

 

 

 

 

Los  medicamentos opioides son aquellas drogas que vienen directamente de la amapola o que  para su creación utilizan la semilla de esa planta, de donde sale el opio. La ketamina es una de ellas, es parecida a la heroína, con un efecto inmediato, además de funcionar como anestesia para animales, también genera una sensación de disociación y despersonalización en quien lo consume.

En Chile, el uso de estas sustancias es casi desconocido, se mueve en ambientes underground, pero es una realidad que existe y conduce a caminos oscuros y de difícil tránsito. Tres jóvenes cuentan sus historias, tienen vidas diferentes, pero sus rutas se encuentran con el abuso de estas drogas, intentos de suicidio, sobredosis y soledad.

Para proteger la identidad de los involucrados se les cambió el nombre… las imágenes no fueron modificadas.

 

“No le veo salida a esta enfermedad”

 

 

Amanda tiene 24 años, su sustento económico sale de su tienda virtual de ropa, pero al no conseguir todo el dinero que necesita recurre al trabajo sexual desde hace 2 años. Comenzó a consumir ketamina en el año 2016, previamente usaba drogas como marihuana o cocaína. La primera vez que consumió ketamina fue con amigos en una casa okupa en Valparaíso.

Hoy vive en la comuna de Conchalí, en el norte de Santiago, es una casa okupa, ordenada y limpia, colgada de la luz y el agua que comparte con 2 personas más, su 

pareja y su hijo, me recibe en su pieza adornada con cosas de halloween, plantas, cuadros y manchas de humedad por la lluvia.

Comenta que a pesar que se consume vía intravenosa nunca le dio miedo probarla, al contrario siempre sintió curiosidad, “desde que la probé por primera vez nunca más pude parar’’.

– ¿Cuándo te diste cuenta que ya se convirtió en un problema para tí?

– Me di cuenta después de estar 5 años consumiendo frecuentemente, al menos una vez a la semana, al notar que estaba dejando mis responsabilidades de lado y perdía la noción del tiempo, intenté dejar de consumir ketamina y comencé a tener síntomas de abstinencia, en ese momento preferí seguir consumiendo y sentirme bien.

Mientras relata su experiencia, Amanda toma el transfer donde tiene 5ml y en la tapa de un pequeño joyero de cristal vierte un poco de ketamina para llenar una jeringa de insulina con 1 ml, se preocupa que no quede ninguna burbuja dentro de ella.

Acto seguido, pone su canción favorita: ‘’Gary Numan – Trois Gymnopedies’’. Busca en su cajón cualquier calcetín para apretar el brazo y procede a buscar alguna vena que no esté tan adolorida por los pinchazos anteriores y se inyecta por completo el líquido, saca la jeringa y mientras su brazo sangra se recuesta en la cama y cierra los ojos.

 

 “… después de dar a luz lo primero que hice fue volver a inyectarme, luego de eso lo he intentado dejar varias veces (…) pero cada vez que lo he hecho las recaídas son peores, ya no veo forma de dejarla”.

 

Su viaje comienza realizando ruidos extraños y moviéndose, pasan 15 minutos y abre los ojos, se mueven muy rápido de un lado a otro, al intentar levantarse se cae hacia atrás, golpea su cabeza con la muralla y se ríe. Luego de 45 minutos ya está despierta y puede volver a hablar con dificultad. su viaje terminó.

Luego de un largo silencio comenta que su adicción se acentuó por un déficit atencional, depresión y trastorno límite de la personalidad diagnosticados a los 13 años. Se ríe y agrega: “eso me afectó bastante, comencé a tomar pastillas para poder dormir y dejar de sentirme triste, eso fue evolucionando y comencé a mezclar pastillas con alcohol, para luego pasar a más drogas hasta que me enamoré de la ketamina”.

Cuando pudimos seguir conversando me aseguró que no es difícil acceder a este tipo de drogas. “O sea, no es tan fácil como comprar marihuana o falopa, pero aun así hay gente que la trafica y vende, en cuanto al precio es mucho más barata de lo que se podría pensar, la dosis es de 1 ml, tiene un costo de entre 2 a 3 mil pesos”.

El bajo precio y el fácil acceso hace que estas personas sean cautivas a una droga que muerde y no suelta, para Amanda ha sido complejo y solo la dejó cuando estuvo embarazada, “durante 9 meses no consumí y fue horrible, los efectos de la abstinencia me duraron todo el embarazo, pero no quería condenar a mi hijo al infierno que vivo yo por la droga”.

Eso no fue suficiente para juntar fuerzas y tomar otro camino. Piensa si comentarlo o no, para finalmente decir con una voz que expresa mucha tristeza, “después de dar a luz lo primero que hice fue volver a inyectarme, luego de eso lo he intentado dejar varias veces, bajando la dosis o dejarla totalmente, pero cada vez que lo he hecho las recaídas son peores, ya no veo forma de dejarla”.

Su hijo ya tiene 4 años, pero ella sabe que al irse a un centro de rehabilitación tendrá que alejarse de él, se pone a llorar mientras dice: “No puedo dejarlo solo. Ya no le veo salida a esta enfermedad”.

 

‘’Ha destruido mi vida familiar, he llegado a robarle a mi mamá”

Jean es cantante de una banda Black Metal y estudiante de licenciatura en historia, consume frecuentemente tramadol, morfina y fentanilo. Luego de estar 3 meses en un centro de rehabilitación ahora salió y vive con su mamá, papá y hermana en la comuna de La Reina, en los 2 meses que lleva fuera del centro ha tenido 4 recaídas.

“Mi relación con las drogas empieza cuando tenía aproximadamente 11 años, fumando marihuana y tomando alcohol con miembros de mi familia, luego en el colegio en primero medio comencé a tomar pastillas para dormir de forma no recetada”. De esta manera Jean inicia su relato.

Cuenta que lo primero que probó en drogas opioides fue el tramadol, sentía placer y empezó a  consumirlo todas las mañanas. “Luego comencé a inyectarme morfina que le compraba a un amigo que trabajaba en un hospital, pero el efecto era muy corto, por lo que empecé a buscar otra droga que me diera el efecto que buscaba”, cuenta.

 

 

De esa manera, Jean, descubre una sustancia llamada fentanilo, que al principio lo consumía en forma de parche dérmico, pero luego comenzó a fumarlo para intensificar su efecto. Una cosa lleva a la otra…”ahora ya necesito inyectarme, aunque es insalubre, lo que hago es raspar el parche, lo pongo en una cuchara, le pongo vinagre y pongo fuego por debajo hasta que salga vapor, eso lo pongo en una jeringa de insulina y me lo inyecto en alguna vena que encuentre que no esté muy adolorida por la inyecciones anteriores, me he llegado a inyectar venas de la ingle o el cuello”.

El consumo indiscriminado de drogas es un flagelo que conlleva una serie de consecuencias negativas que se reflejan en la salud, en la aparición de bandas organizadas de narcotraficantes y en particular el desmoronamiento del tejido social y familiar de manera ineludible.

 

En ese momento prendió un cigarro y preparó una jeringa para inyectarse. “Esto me relaja, es un dulce veneno”, me comenta mientras busca una vena. El efecto de la morfina es un poco menos fuerte que el de la ketamina, la morfina permite estar consciente y hablar.

 

Respecto al último punto, Jean no se guarda nada: “he destruido mi vida familiar, he llegado a robarle a mi mamá para poder tener dinero para la droga, dejé una carrera en la universidad y he perdido relaciones con parejas y amigos”.

Al igual que Amanda, este joven intenta dejarlo, pero choca con los síntomas de abstinencia “son realmente horribles, es comparable con tener una influencia, con fiebre, vómitos y una vez tuve una convulsión, he preferido seguir consumiendo, a pesar de que sé que me hace mal, que estar con esa horrible sensación de abstinencia”.

 

 

En este momento Jean empieza a llorar por lo que estuvimos en silencio unos minutos…

– ¿Quieres dejar la entrevista hasta aquí? le pregunto.

–  No…

– ¿Por qué lloras?

– Me da pena saber que un momento pude haber frenado esto, yo sabía que me estaba haciendo mal y que pude haberlo dejado, pero no lo hice, estar así es mi culpa, le he hecho daño a mucha gente y sobre todo a mi familia, ya no quiero estar así, no quiero seguir así, solo veo una salida.

Era el momento de apagar la grabadora, respetar el dolor y la angustia de transitar en un túnel que no asoma luz, que no llega a un final.

Jean luego de este encuentro tuvo una fuerte recaída y un intento de suicidio, esa era su salida. Hoy nuevamente está internado en rehabilitación.

 

“Me inyecto en cualquier lugar, ya no me importa en verdad”

 

Diablo tiene 19 años, ella es una joven que vive sola en Valparaíso, en una vivienda que heredó de su abuela a quien cuidó hasta su muerte. Me cuenta que la anciana mujer cuidaba mucho su casa, siempre la tenía limpia y ordenada, a diferencia de ella, Diablo la tiene descuidada, con heces de perro repartidas por el suelo, manchas de humedad en las paredes y rayados con frases como ‘’Punk not dead’’.

Ella consume principalmente morfina, pero también de manera ocasional fentanilo y tramadol. Estuvo internada 3 meses por su quinto intento de suicidio, a inicio de este año, al salir de rehabilitación logró estar sin consumir por 1 mes, pero luego volvió a tropezar y así se mantiene hasta ahora.

Estamos sentados en su cama, está llena de cenizas de cigarros y manchas de quemaduras, ahí pasa gran parte del día. “La morfina me ayuda a olvidar la soledad”, me dice.

– ¿Cuándo notaste que la morfina se convirtió en un problema?

-La verdad noté que se me hizo un problema bastante rápido, luego de haber consumido 3 o 4 veces ya no podía dejar de pensar en eso, siempre quería consumir.

En ese momento prendió un cigarro y preparó una jeringa para inyectarse. “Esto me relaja, es un dulce veneno”, me comenta mientras busca una vena. El efecto de la morfina es un poco menos fuerte que el de la ketamina, la morfina permite estar consciente y hablar.

Después de pocos minutos se recompone totalmente y me dice estar lista para seguir.

– ¿No te preocupa a futuro lo que pueda pasar?

– Va a sonar raro esto, pero no, no me preocupa, desde que tengo memoria he querido morirme, pero he sido muy cobarde para hacerlo y lograrlo, así que este es el camino momentáneo que llevo para finalmente morir.

Acto seguido prepara otra jeringa para volver a inyectarse a pesar de que había consumido hace menos de media hora.

– ¿Volverás a inyectarte tan rápido?

– Sí… no puedo evitarlo.

Diablo vuelve a inyectarse pero esta vez se demora más en reaccionar y me comenta que está muy mareada, a los minutos se puso a vomitar y así estuvo por casi 2 horas. Luego de esto se calmó un poco y al rato seguimos conversando.

– ¿Te había pasado esto antes?

– Sí, varias veces, es muy normal la sobredosis de morfina, es una droga bastante fuerte y fácil de pasarse.

– ¿Y ahora qué harás?

– Bueno primero tomaré agua y después me iré al hospital para que me pongan suero o algo así. – Mientras estaba muy pálida me dijo: me siento bastante mal.

 

 

Luego de esto acompañé a Diablo al hospital Carlos van Buren, donde ya es conocida por llegar con sobredosis de distintas drogas. Luego de un par de horas le dieron el alta y volvimos a su casa caminando, ella iba feliz a pesar de lo que había pasado, iba saltando y jugando por la calle, finalmente llegamos a su casa cansados por el trayecto, volvimos a su pieza y nos sentamos en su cama.

– ¿Con lo que acaba de pasar supongo que estarás unos días sin consumir o más tranquila?

– Antes cuando me pasaba esto paraba de consumir un tiempo, pero ya no.

Puso un cassette con la canción Cerebros Destruidos de la banda española Eskorbuto, prende un cigarro que había dejado a medio terminar. Sus manos tiritonas no le impiden preparar una jeringa que había usado anteriormente, le pone 1 ml de morfina y se inyecta en la misma vena que horas antes le había ocasionado una sobredosis. Por un rato siguieron sonando canciones de Eskorbuto hasta que Diablo se durmió.

Dos semanas después ella tuvo otro intento de suicidio por lo que decidieron internarla en un centro psiquiatrico ubicado en Quilpue, sin saber cuando saldrá.

Estos sinceros y descarnados relatos dejan al descubierto una realidad que hasta ahora estaba en las sombras. Un mundo que consume a una parte de la juventud desplazada por la sociedad o que la vida le ha dado la espalda por uno u otro motivo.

La ketamina, que entre otros usos, es destinada como inyección letal para condenados a muerte en el estado de Nevada en EE.UU, es la misma que consume a estos jóvenes que no ven esperanzas y caen en la autodestrucción personal y social, seducidos por un dulce veneno que luego los atrapa en una callejón sin salida.

Cuando caen en razón de sus consecuencias resulta demasiado tarde, como lo sincera Diablo: “ya no me preocupa nada, uso jeringas antiguas a veces que están sucias, me inyecto en cualquier lugar, ya no me importa en verdad, solo espero el momento de morirme”.

 

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