Ni vacunación ni estabilidad social: lo más importante es organizar la Copa América

Ni vacunación ni estabilidad social: lo más importante es organizar la Copa América

 

En las últimas semanas se hizo oficial que el torneo de selecciones más antiguos del fútbol planetario se llevaría a cabo en tierras brasileñas, luego que Colombia y Argentina, quienes originalmente se harían cargo de recibir la competencia, fueran considerados no aptos para realizar esta tarea por sus crisis sociales y sanitarias: ¿lo llamativo? El caso del país de la samba es mucho peor.

Si hacemos un repaso a los vertiginosos sucesos de los últimos meses, debemos apuntar claramente al estallido social colombiano como uno de los eventos más relevantes del último tiempo para el continente. Una revuelta ocasionada por el alza de impuestos a la población en medio de la crisis sanitaria, ocasionada por la falta de recursos del Estado que, incluso en ese contexto, aseguraba estar preparado para recibir la Copa América, sin importar la polarización política, que incluso dividió parte de sus Fuerzas Armadas y policiales, agudizando cada vez más el conflicto poco antes que les fuera arrebatada la organización.

Manifestaciones sociales en Colombia

Tras esto, Argentina aseguró ser capaz de acarrear la tarea solos, sin la ayuda de Colombia. Hasta el propio Presidente trasandino, Alberto Fernández, tuvo tiempo de declarar públicamente que estaban preparados para organizar el torneo en solitario. Confesiones que pueden parecer desconectadas del contexto crítico que estaban viviendo nuestros vecinos, aunque más tarde el timonel haría recordar a un “10” argentino, gambeteando entre sus dichos semanas después luego del anuncio de Conmebol que arrebataba la localía a los trasandinos, en que el político sostendría “frente al riesgo interno (por los casos de coronavirus en su país), ¿voy a sumar un riesgo externo? Es cierto que no era demasiada gente la que iba a movilizarse, pero con uno que venga infectado, la enfermedad se propaga a un ritmo enorme”.

Una sagacidad oratoria, casi atribuyéndose la decisión de rechazar la organización con una responsabilidad política y social extraordinaria, para nada cercana al Presidente que en marzo del 2021 inauguró el Estadio Único Madre de Ciudades en Santiago del Estero, la Provincia más pobre de Argentina (45,4% de su población está bajo la línea de la pobreza), que tuvo un costo de 1,5 millones de dólares argentinos, 

La justificación para realizar este evento en medio del punto más crítico de la pandemia fueron las siguientes palabras de Fernández: “¿Dónde está escrito que en Santiago del Estero no puede haber un estadio de esa naturaleza? ¿Quién ha dicho eso? No deberíamos discutir esto y nadie debería asombrarse de que Santiago tenga un estadio de esta naturaleza. Estamos generando igualdad”.

Llamativo, al menos, asociar la igualdad hablando de un estadio de fútbol cuando en Argentina apenas un 6.8% de su población ha sido inoculada y los costos del recinto deportivo equivalen aproximadamente a 23 millones de dosis Sinovac o casi 36 millones de vacunas Pfizer, es decir, se podrían haber costeado las inyecciones para que tres cuartos de la población argentina se hubiera vacunado. Algo que, sobra decir, sería un gran aporte a la lucha contra la pandemia dentro de un país donde más de 80 mil personas han muerto a causa del coronavirus, 577 de ellas en Santiago del Estero.

Estatua más grande del mundo en bronce para Diego Armando Maradona, inaugurada frente al Estadio Único Madre de Ciudades

Situaciones críticas que vuelven plenamente razonable la decisión de la Conmebol de trasladar el torneo a otro Estado. Sin embargo, desechando la posibilidad de Chile, uno de los líderes mundiales en el proceso de vacunación, además de reciente organizador de Copa América, con infraestructuras preparadas para recibir el torneo y que se encuentra trabajando para el retorno paulatino del público a sus canchas siempre y cuando hayan sido inoculados, o Uruguay, también muy avanzado en su enfrentamiento con el coronavirus.

Ambos países ya organizaron diversos torneos internacionales (principalmente los uruguayos) llevando a cabo burbujas sanitarias efectivas, como fue el caso de la Superliga Americana de Rugby, que se desarrolló a lo largo de dos meses, jugándose durante marzo y la primera mitad de abril en Chile, mientras que el resto se disputó en Uruguay, sin mostrar mayores inconvenientes en materia sanitaria para ninguno de los dos, ni para los involucrados en la competencia.

Pero aún con estos antecedentes, la decisión definitiva fue llevar la Copa América a Brasil, un país que combina una crisis social severa, como sucedía en Colombia, con uno de los peores manejos contra el COVID-19 a nivel planetario, con más de 100 mil contagios diarios, 100 mil fallecidos en menos de 40 días que llevan a los brasileños a superar los 400 mil muertos por esta pandemia, siendo el segundo país con más muertos en el mundo, y un minúsculo porcentaje de su población vacunada, inferior al 6%.

 

El fútbol, pasión de multitudes, ha sido siempre el deporte de la gente, está relacionado a los estratos bajos y medios principalmente, sobre todo si hablamos de la realidad latina, por lo que desde el siglo pasado ha existido una conexión especial con esta actividad, se ha transformado en una vía de escape de los problemas cotidianos que se afronta en un continente que, pese a que haya algunos más avanzados que otros, seguimos empantanados en vicios del subdesarrollo, las tasas de pobreza siguen siendo altísimas, las democracias frágiles y las economías blandas.

 

Los llamados a sabotearla, incluso por parte de los propios seleccionados de la verdeamarela han sido constantes, los capitanes de las selecciones sudamericanas no se presentaron a su reunión con Bolsonaro y la Conmebol para abordar los protocolos de la Copa, y aún así, no parece haber dudas por parte del ente rector de nuestro fútbol.

Incluso, el gobierno brasileño tampoco muestra signos de cuestionamiento hacia la realización del torneo, después de todo, le viene como anillo al dedo, tal como sucedía en Colombia y Argentina.

El fútbol, pasión de multitudes, ha sido siempre el deporte de la gente, está relacionado a los estratos bajos y medios principalmente, sobre todo si hablamos de la realidad latina, por lo que desde el siglo pasado ha existido una conexión especial con esta actividad, se ha transformado en una vía de escape de los problemas cotidianos que se afronta en un continente que, pese a que haya algunos más avanzados que otros, seguimos empantanados en vicios del subdesarrollo, las tasas de pobreza siguen siendo altísimas, las democracias frágiles y las economías blandas.

El dictador argentino Jorge Rafael Videla celebrando junto a los jugadores de la selección el título del polémico Mundial de 1978 realizado en Argentina

Por eso, con la llegada del fútbol, un momento de alegría para el pueblo se transforma en la algarabía de los gobernantes. Ya sea el Mundial o la Copa América, el rodar de la pelota con dos selecciones disputando un partido, es suficiente para eclipsar los noticiarios con el bloque deportivo, derivar las conversaciones hacia los candidatos al título, o en países más futboleros como Argentina, hablar hasta sobre la importancia que tienen los laterales en el juego del DT.

Con esto llega el salvavidas, el opio del pueblo, un momento de paz que no conseguirán ni con altas tasas de vacunación o la reducción de contagios. El fútbol, ese momento de distracción de la ciudadanía, tiene un valor político inconmensurable que sí, en esta oportunidad podemos relacionar a la necesidad de que la población olvide las insuficientes medidas relacionadas a la pandemia, pero ¿en qué momento ha brillado más el fútbol sudamericano que durante la época de dictaduras y los años de reestabilización democrática?

Es otra vez la misma fórmula, una que probablemente vuelva a funcionar, empañando el deporte que se transforma en un breve instante de alegría para el pueblo, transformándolo en los fuegos artificiales que distraigan por un instante al hincha cuyo padre apenas puede respirar y olvide, al gritar un gol del torneo hecho en casa, que las mismas personas que llevaron la Copa a sus estadios, fueron las que manejaron negligentemente una de las crisis más severas que ha visto el planeta desde las guerras mundiales.

Definitivamente, no hay mejor contexto para organizar nuestra siempre querida Copa América.

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