La violencia mutua es una problemática latente y existe un aumento en las parejas chilenas jóvenes que presentan nuevas formas de agresión. Así, el psicólogo especialista en parejas, Arnaldo Vera, explica que “la violencia muchas veces está normalizada desde el círculo familiar, ya que muchos jóvenes crecen en hogares disfuncionales”.
Por: Javiera Alfaro Antinao.
“Viví una relación violenta durante 6 años que se basó en violencia psicológica y física por parte de ambos, pero constantemente, de él hacia mí, convirtiéndose un vínculo de dependencia emocional que fue en aumento”. Este es el duro testimonio de Eleonor Hernández (21), una joven que se vio afectada por un noviazgo agresivo junto a una difícil salida.
La décima encuesta nacional de juventudes impartida por el Instituto Nacional de Juventudes (INJUV) en 2022, muestra un alza estadísticamente significativa de violencia entre el 2018 al 2022, teniendo con menos predominancia a la violencia económica con un 3,2% y en mayor abundancia la violencia física con un 7,2% y la psicológica con un 14,4%.
Por otro lado, la invisibilización de esta violencia es una sub problemática, ya que su naturalización o falta de peso, es un factor notable, así como lo demuestran los datos del sondeo de INJUV sobre violencia en las relaciones de pareja en jóvenes (2018), donde el 17,1% declara aceptable revisar el teléfono de su conviviente, el 5,3% señala tolerable presionar a su pareja a tener relaciones sexuales y el 4,4% menciona lo mismo sobre ejercer golpes, teniendo con mayor aceptabilidad en jóvenes de 15 a 19 años.
De esta forma, el sociólogo y jefe del Departamento de Planificación y Estudios INJUV, Ignacio Becker, se refiere a que una de las raíces fundamentales en esta temática es que “los sectores con mayor acceso a la educación tienen mayor capacidad para identificar estos fenómenos en comparación a los sectores rezagados”.
Este tipo de violencia sobrepasa barreras más allá de su concepto mismo, puesto que posee factores importantes que le dan fuerza y propagación, así como en el ámbito socioeconómico, educacional y psicológico. Por tanto, ¿qué sucede con esta pandemia silenciosa que cada día mata a más jóvenes? empezando por los femicidios y homicidios, así como también, puede llegar a acabar con sus aspiraciones personales.
Acorde a lo establecido en la sección “Expectativas y proyectos de vida” de la décima encuesta nacional de juventudes, un 24,0% de los encuestados menciona que construir una buena familia o relación de pareja es la condición más importante para ser feliz. Al mismo tiempo, disminuye el porcentaje de jóvenes que se declaran felices a un 78,4%, siendo el más bajo en 10 años.
Los testimonios de los afectados junto al análisis de los profesionales, contribuirán en el levantamiento de este reportaje que establece la interrogante sobre si los jóvenes de 20 a 24 años minimizan los indicios de agresión en una relación por dificultad de identificarlos. Junto con esto, la investigación analiza el aumento de esta forma de agresión en aquel rango etario, lo que contribuirá a determinar las repercusiones de este incremento tanto en la arista de bienestar mental, relaciones interpersonales y actividades diarias.
Martín Suárez, otra de las víctimas de esta violencia, expresa: “mi relación se detalló en violencia psicológica, específicamente en maltrato verbal; ella me daba malos tratos, me gritaba en público y ejercía manipulación para que sintiera culpabilidad”.
I.- Rompiendo el silencio: Los tipos de violencia en las relaciones de pareja
La violencia dentro de las relaciones en pareja es una de las espinas que clava la integridad de miles de jóvenes a diario, quienes, empañados por el amor y el dolor, pueden ser protagonistas o víctimas de golpes no solo físicos con heridas superficiales, sino también, de dolor emocional con cicatrices invisibles que amenazan su bienestar.
Los porcentajes nada más evidencian que se trata de una problemática que va en escala, al igual que sus diferentes formas de pronunciarla. La violencia económica, donde la víctima se ve acorralada por los ingresos y es controlada por la entrega de dinero para mantención personal o familiar, se posiciona en un 5,7% dentro de la décima encuesta realizada por INJUV.
En esta misma línea, los datos entregados por el reporte del Observatorio del Contexto Económico (OCEC) en 2022, evidencian que las mujeres en Chile perciben ingresos 21,7% inferiores a los hombres, brecha que disminuye a 18,8% en los empleos formales y se eleva al 30,1% en los informales.
Por otro lado, las redes sociales se convirtieron en un arma de doble filo hacia los jóvenes, ya que mediante su fácil acceso y anonimato, logran camuflar la violencia mediante las sombras virtuales. Bajo el estudio anterior de INJUV, la violencia cibernética en una relación amorosa se posiciona en un 3,2%, donde el teclado pasa a ser un instrumento letal y abre puertas para que el victimario pueda controlar, hostigar e insultar a su conviviente, además, puede acceder a sus interacciones en estas mismas plataformas.
“…los sectores con mayor acceso a la educación tienen mayor capacidad para identificar estos fenómenos en comparación a los sectores rezagados”.
(Ignacio Becker, sociólogo)
Es bastante común escuchar que entre las parejas no existe el abuso sexual, tan solo por la presencia de un lazo afectivo recíproco, sin embargo, su peso es exactamente el mismo, ya que obligan a la víctima a tener relaciones sexuales o tocarla sin su consentimiento, sufriendo violencia por quien dice amarla. Lo anterior, se respalda con la misma décima encuesta que establece que un 3,1% de la juventud encuestada argumenta haberla vivido.
“La violencia sexual presente en las relaciones de pareja también es un área donde se demuestra poder y es un tipo de violencia importante, ya que tiene secuelas psicológicas y físicas bastante graves”, así lo define Arnaldo Vera, psicólogo especialista en terapia de pareja. Mediante una visión similar, Ignacio Becker, sociólogo y jefe del Departamento de Planificación y Estudios de INJUV explica que “la violencia que aumenta gradualmente en romances jóvenes es la sexual”.
Hasta que se deslumbran los escenarios oscuros del maltrato, donde los golpes y empujones se marcan como tinta en la piel construyendo una cárcel entre el miedo y las cicatrices, más conocida como la violencia física. La preocupación por este tipo de violencia se argumenta bajo los porcentajes del sondeo de INJUV en 2018, los cuales mencionan que un 4,4% de los encuestados sostiene aceptable ejercer golpes durante el noviazgo.
Es más, este tipo de agresión se encuentra entre la segunda que más perpetúa, un 7,2% de jóvenes han sido víctimas de esta, de acuerdo a los datos del INJUV, “en comparación a las cifras de pre pandemia y post pandemia, podemos observar un alza estadísticamente significativa de casi 20 puntos en la violencia física”, establece Becker.
Junto con esto, se inserta con delicadeza el testimonio de Eleonor Hernández, una joven de 21 años quien, bajo una tonalidad de tristeza, expresa que durante 6 años vivió una relación basada en la violencia psicológica y física por parte de ambos. Aflora el recuerdo más doloroso: “fue que en una instancia tuvimos una discusión que llegó a los manotazos”.
Cuerpos heridos, mentes quebradas
En la cima del iceberg se posiciona la violencia psicológica, un tipo de maltrato sutil pero fatal, ya que sus gritos se mantienen bajo el agua. Este tormento invisible nace desde el abuso verbal, las manipulaciones, actitudes controladoras e incluso humillaciones, situándose en el primer lugar de las agresiones más prolongadas.
Martín Suárez tiene 22 años y fue otra de las víctimas de la violencia en el noviazgo, que, con pesar, experimentó estos silenciosos maltratos de forma directa, “mi relación de 2 años se basó en violencia psicológica, específicamente en maltrato verbal”, relata. El joven detalla que “ella me daba malos tratos, me gritaba en público y ejercía manipulación para que sintiera culpabilidad, además de ser bastante posesiva”.
En el margen de evidenciar la notable alza en el porcentaje de este tipo de violencia, podemos comparar sus cifras nuevamente desde el año 2018 a 2022, donde el año 2018 presenta una proporción de un 12,5% que impactó a la juventud, mientras que el 2022, esta fue de un 14,4%, como lo señala INJUV.
Referente a un estudio de la Dirección de Estudios Sociales realizado en 2018 por este mismo organismo, apunta que un 34% de los encuestados afirma que su pareja lo/la ha insultado o gritado, un 26% que les ha prohibido juntarse con amigos/as o familiares, un 20% manifiesta que su conviviente le ha controlado la ropa y las salidas, así como un 13% declara que su pareja se ha burlado de ella/el, despreciándolo/a y humillándola/o en público.
De esta forma, Becker analiza que el alza sobre este tipo de ataque se debe a que “vemos una violencia estructural en los jóvenes, es por eso que ha perdurado a lo largo de los años”.
II.- Desvelando raíces: Las causas del aumento de la violencia en pareja
El aumento de las cifras de este fenómeno tiene varios factores, debido a que existen numerosas sub-problemáticas que inundan a este grupo etario en el mundo de la violencia, resultando cada vez más complejo erradicarla sin conocer su origen.
Acorde a las estadísticas de la décima encuesta, tenemos que, entre el rango etario de 20 a 24 años, un 14,3% de los encuestados declara haber sufrido agresión en el noviazgo, observando, a rasgos generales, un nuevo ascenso en las cifras desde el 2018 a 2022, puesto que, en el 2018, se evidenció un total de 15,6% de afectados entre el sexo femenino y masculino, mientras que, en el 2022, aumentó a un 17,6%.
La falta de educación emocional en las instituciones es uno de los vacíos con los que debe convivir la juventud al momento de comenzar a establecer relaciones interpersonales con su entorno, igualmente, las inequidades en este espacio son otro de los desencadenantes. Cabe destacar que, en 2019, la Fundación Liderazgo Chile presentó el anteproyecto de educación emocional frente al congreso, sin embargo, este sigue esperando.
Mediante una reflexión social y personal, Becker agrega que él proviene de la región de Magallanes, vivencia que se puede utilizar para ejemplificar la situación educacional en las zonas rurales, argumentando que “los sectores con mayor acceso a la educación tienen mayor capacidad para identificar estos fenómenos de agresión en comparación a los sectores rezagados, porque existe un prejuicio y hay que desplegar la enseñanza con mayor fuerza en estos últimos”.
Bajo un paradigma similar, se puede asociar el análisis previo con lo que menciona Vera, “se requiere de asignaturas de educación emocional en los colegios y universidades, ya que muchas personas no saben qué son las emociones o cómo canalizar la rabia frente a situaciones específicas, como lo es en este caso, la violencia en pareja, donde se actúa a partir del impulso”.
“La desigualdad más importante es la del acceso al bienestar”, complementa Becker, que continuando la línea de este análisis agrega que es clave para generar sociedades felices, “ya que su ausencia genera situaciones de violencia”, sentencia.
Salud mental en la sombra de la pobreza
La relevancia en la calidad de la salud mental no se queda atrás, debido a que tanto víctima como victimario, merecen ser tratados psicológicamente, pero el fantasma de la privatización aún es persistente. Conforme a las estadísticas de la décima encuesta, en el año 2022 un 48,8% de los jóvenes considera nada o poco posible costear las consultas con un psicólogo o psiquiatra, lo mismo ocurre con un 50,9% sobre la adquisición de medicamentos para un tratamiento y un 51,5% acerca de financiar exámenes.
Las cifras del Plan Nacional de Salud Mental 2017-2025 del Ministerio de Salud (Minsal), arrojan que la cobertura de atención sobre este planteamiento sanitario no llega a más de un 20% en la población, mientras que en otros países de medianos ingresos es de un 50%.
“Es necesario implementar medidas que faciliten adquirir la psicoterapia, ya que su valor es bastante elevado y no todos tienen recursos para costearla semanalmente”, recalca Vera.
Seguido de lo anterior, el psicólogo enfoca otro aspecto que no puede quedar en el tintero, “hay personas que se niegan a recibir ayuda psicológica por el estigma, puesto que consideran que no la necesitan o su mismo entorno minimiza sus emociones, generando un alza en estas conductas que no son tratadas a tiempo”.
El costo del encierro
La pandemia trajo consigo también un virus mental, que inclusive agudizó patologías psicológicas y psicosociales previas. Vera está convencido que “la pandemia fue un gatillante para el alza de las conductas violentas en pareja, ya que los dos años de encierro generaron problemas de salud mental, sobre todo en los jóvenes que no tenían posibilidades de salir”.
La decadencia del equilibrio mental en jóvenes se demuestra a la perfección en el Termómetro de la Salud Mental en Chile, realizado por la Universidad Católica (UC) y la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS) en 2021, indicando que un 23,6% de los jóvenes presenta problemas de salud mental y un 45,9% evalúa que su estado de ánimo se agravó.
Ante este tenebroso paradigma donde las agresiones tuvieron la misma fuerza que los contagios, Monserrat Duarte, una joven de 20 años, pronuncia otra de las lamentables experiencias en el escenario del romance violento: “durante 1 año experimenté esta tortura, donde mutuamente con mi expareja nos celábamos y controlábamos, pero a grandes rasgos, él me agredía psicológicamente mediante manipulaciones y amenazas de suicidio”.
Seguido de lo anterior, el psicólogo enfoca otro aspecto que no puede quedar en el tintero, “hay personas que se niegan a recibir ayuda psicológica por el estigma, puesto que consideran que no la necesitan o su mismo entorno minimiza sus emociones, generando un alza en estas conductas que no son tratadas a tiempo”.
No sorprende que exista un aumento porcentual en el número de denuncias de violencia intrafamiliar, así como se demostró en CiperChile, que se refirió a un estudio realizado por el Instituto Milenio para el estudio de Imperfecciones del Mercado y Políticas Públicas, revelando el estremecedor total de un 43,8% en el aumento de llamados de ayuda al Fono Familia #149 de Carabineros en 2021.
De igual manera, Duarte comentó que las parejas se encontraban aisladas físicamente, pero conectadas cibernéticamente, por lo que se podían agredir mediante las redes sociales, tal y como se especificó en el primer capítulo de este reportaje.
Bajo el velo de la normalidad
Hasta que se desborda uno de los conceptos más imperceptibles y amenazantes ante los jóvenes y la sociedad: la invisibilización de la violencia mutua en el noviazgo. La naturalización y minimización de los diversos modos de agredir, conducen a que exista un aumento y una falta de sensibilización frente a esta problemática, tanto por parte de los mismos jóvenes o incluso a nivel de sociedad.
Con el oficio de ilustrar lo anterior, se observan los porcentajes entregados por el Documento Técnico sobre la violencia en pareja del programa Hablemos de Todo: INJUV, refiriéndose al sondeo realizado en el 2018, que alude a que un 17,1% de los jóvenes declaran aceptable revisar el teléfono y redes sociales de la pareja, el 14,2% señala lo mismo sobre hacer bromas con los amigos sobre las relaciones íntimas, un 5,3% cree bastante aceptable presionar a la pareja a tener relaciones sexuales y otro 4,4% acerca de ejercer golpes, siendo una desoladora realidad escondida detrás de los dígitos.
En consonancia con esto, el sicólogo Arnaldo Vera sostiene que “los jóvenes normalizan estos actos de agresión porque viven bajo un concepto de amor romántico que sostiene 3 pilares, el del carácter posesivo, el del amor todo lo vale y el de es para toda la vida, por tanto, le dan fuerza al amor violento”.
La persona que agrede teje una red que atrapa con sutileza, resultando inapreciable para la víctima distinguir si se encuentra entre el amor o el sufrimiento.
La dificultad de identificar las agresiones es otra de las ramas de la normalización, dado que hasta puede surgir en el hogar que dice demostrar unión y protección. “La violencia está normalizada en algunos círculos familiares, ya que muchos jóvenes crecen en casas violentas y terminan aplicando o permitiendo otros maltratos en diversos vínculos”, aclara el psicoterapeuta, para después subrayar que “al comienzo de la relación no existe violencia, ya que esta se traduce de forma encantadora hasta que va escalando gradualmente”.
La joven Eleonor Hernández comparte el historial familiar de sus progenitores, que se condice con el análisis del profesional: “observaba un patrón donde mi relación era similar a la de mis padres, con bastante violencia, lo que me hizo naturalizar aún más los comportamientos agresivos”, explica. Este testimonio se puede vincular, también, con la décima encuesta, que manifiesta que, en 2022, un 17,8% de los jóvenes encuestados sufrieron violencia física en conflictos familiares, repitiéndose la misma cifra en la violencia psicológica.
Cuando ambos lastiman
Los roles de género logran ametrallar hasta los que se consideran más fuertes, pues el hecho que los hombres también sean violentados se convierte en un eco silenciado que arremete contra su sensación de victimización, porque su papel en el status quo no permite que reciban ni expongan la violencia.
“El machismo opera hacia ambos lados, por un lado, hacia las mujeres con desigualdades estructurales violentas y por el otro hacia el hombre, acerca de su rol imponente e insensible en la sociedad que genera que las agresiones que sufran sean minimizadas y tengan vergüenza al denunciar”, manifiesta el sociólogo, Ignacio Becker.
De hecho, se puede apreciar un alza cuantitativa relevante en estas ocasiones, como lo patentiza la décima encuesta teniendo como porcentaje a un 13,9% de hombres jóvenes que sufrieron algún tipo de violencia en su relación de pareja en el 2018, en tanto que, en el 2022, esta cifra escaló a un 16,6%.
“La violencia mutua es difícil de ver porque se atormentan ambas partes. En el caso de la violencia hacia la mujer, el género femenino es sororo con sus pares en comparación al masculino, donde el hombre no es compañero de otro hombre porque no le toma el peso de ser agredido”, reflexiona Martín Suarez sobre la compleja relación que vivió, lo que complementa lo establecido por Becker, jefe del área de estudios del INJUV.
III.- El rostro camuflado del maltrato: Las consecuencias de la violencia en el noviazgo
La incontrolable agresión en las relaciones de pareja deja huellas imborrables, donde el dolor se propaga, la confianza se desmorona y los sueños se desvanecen a partir de lesiones físicas como golpes, traumatismos o quemaduras, hasta los martirios psicológicos, como la ansiedad, depresión, baja autoestima, donde los insultos o acciones actúan como dagas afiladas en un escenario de sumisión y dependencia.
Marcelo Cisterna tiene 21 años y también se vio sumergido en una relación violenta de pareja. “Experimenté dependencia emocional tremenda, junto a consecutivas crisis de pánico y ansiedad como resultado de las discusiones que teníamos y los malos tratos que ella me daba”, relata. Del mismo modo, Duarte también sufrió secuelas semejantes, “mis rasgos más predominantes fueron el aislamiento social y la ansiedad, no podía tener amigos ni grupos de estudio, afectando en mi rendimiento académico y en el desarrollo de una personalidad más introvertida”, recuerda.
De acuerdo a las estadísticas de la décima encuesta, un 24,0% de los jóvenes entrevistados sugieren que la condición más importante para ser feliz es construir una buena familia o relación de pareja. Otro punto fundamental, es que acorde a este mismo sondeo, un 78,4% de los encuestados en 2022 se declararon felices, no obstante, este porcentaje es el más bajo en 10 años.
En referencia a la investigación anterior, se descubrieron cifras alarmantes que constatan la crisis de salud mental en Chile, puesto que menciona cuántos jóvenes reciben tratamiento psicológico por problemas de bienestar emocional, donde un 52,8% asiste a psicoterapia por depresión, un 53,9% por ansiedad y otro 20,6% por estrés. “Las personas cuando caen en la depresión o ansiedad por una relación de pareja dejan de lado sus hobbies, amistades e incluso trabajo, ya que su vida gira en torno a este vínculo dañino pudiendo llegar incluso a las ideas suicidas”, argumenta Vera.
Estas afecciones tienen distintos efectos emocionales y conductuales, Ignacio Becker establece que “una de las características que más se destaca en una persona violentada es bajarle el perfil a la situación y justificar los actos de violencia”. Asimismo, existe un rasgo que también resulta predominante y es que la víctima se mantenga en un estado de alerta constante, incluso en una relación posterior sana, “es un rasgo de estrés postraumático… quedará grabado en su inconsciente”, explica Vera.
Un 78,4% de los encuestados en 2022 se declararon felices, no obstante, este porcentaje es el más bajo en 10 años.
Reconstruyendo juventudes
La juventud que se desenvuelve en este escenario es devorada por diversos sistemas de violencia. En este reportaje se construyeron pilares insustituibles para la comprensión de este fenómeno; la calidad en la educación y la salud mental radican en la capacidad de transformar y suprimir comunidades violentas para recibir susurros sobre soluciones efectivas.
Es necesario brindar herramientas necesarias para reconocer los signos de una relación abusiva y que estas no continúen seduciendo a la sociedad. “Socializar acerca de estas situaciones y tener espacios institucionales donde a las personas violentadas se les escuche y acoja, es clave para poder evitar y salir de una relación violenta”, expresa Becker, con un aliento de esperanza.
La investigación propone visibilizar y fomentar el diálogo con respecto a estos dolores que laten con fuerza y se visten de injusticias, pues el concepto “mutuo” que actúa como intérprete en esta violencia, carece de reconocimiento social y mediático en Chile y como resultado, a una menor cantidad de organismos que trabajen con datos cuantitativos actualizados. “Se requiere sacar a la luz esta violencia, pero en un marco de roles de género, que son los que violentan cotidianamente”, añade Vera al análisis de este fenómeno.
Es necesario que los jóvenes florezcan en entornos de responsabilidad emocional y afectiva, con el propósito que sus relaciones interpersonales sean fortuitas y no caigan en los puñales que romantizan la agresión, así pues, asimilarán que el término de un vínculo amoroso no significa que también terminó su vida.
Mientras tanto, si no se trabaja desde sus principales arraigos, la juventud no podrá zambullirse en los lechos de la paz y la serenidad, con tantos corazones y almas rotas que se necesitan reparar, de esta manera la antigua creencia de quien más ama es también quien más castiga difícilmente pasará al olvido.
Javiera Alfaro. Redactora La Calle.
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