Solo por ser pobres

Solo por ser pobres

La villa San Luis, construida el año 1971,  en Las Condes, buscó acabar con la segregación de las familias vulnerables y fue parte de las 89.203 viviendas construidas hasta 1973. Dignidad para la clase obrera que luego fue aplastada por el puño militar.

 

Por: Paulina Alviña, Carlos Ávalos,  María Victoria Letelier y  Eduardo Quevedo

 

¡La Marta está pariendo, la Marta está pariendo! Ese fue uno de los gritos que alertó al ex Presidente Salvador Allende en plena campaña presidencial de cara a las elecciones de septiembre de 1970, ¿el sector?, el viejo fundo San Luis ubicado en una de las zonas más pudientes de la región Metropolitana y de Chile, Las Condes, pero a la vez una de las comunas con mayor segregación social.

En ese tiempo, Allende se encontraba en una visita de campaña donde se concentraron cerca de unos 300 pobladores de distintos campamentos y sectores aledaños. Miguel Lawner, amigo personal y director Ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) durante la Unidad Popular recuerda el momento y el mensaje exacto que el entonces candidato socialista le comunicó una vez que el alboroto por el parto de la Marta había pasado, “aunque más nos fuera para sacar a estos compañeros del barro, bien valdría que a mí me eligieran presidente de la República”.

Con la victoria de Allende y la Unidad Popular ya en marcha, el proyecto inmobiliario estatal era avanzar en disminuir la desigualdad social en términos principalmente habitacionales. El recuerdo de la Marta hizo que el fundo San Luis se transformara en el conjunto habitacional icónico de su gobierno, este sería el primer bastión de viviendas dignas a lo largo del país para todos los chilenos.

La villa San Luis en conjunto con los otros proyectos inmobiliarios pensados y construidos durante el gobierno de la Unidad Popular buscaba acabar con la segregación social urbana y entregar viviendas a personas de bajos recursos. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), durante el año 1971, se inició la construcción de 89.203 viviendas, con una superficie total de 4.557.528 m2, estas fueron las cifras más altas registradas en la historia de las estadísticas de edificación.

Pobladores observan una de las maquetas de los bloques de edificios de lo que sería la  Villa San Luis. Fuente: Revista Auca de 1971, número especial con respecto a la CORMU.

La idea era reubicar a estas personas en la misma comuna en la que trabajaban, estudiaban y se movilizaban a diario. Las viviendas construidas en la Villa Compañero Ministro Carlos Cortés, ubicada en el ex fundo San Luis, tenían como objetivo principal acabar con la división y conflictos sociales de la época.

En primera instancia el proyecto original de CORMU se llamaba “Remodelación Parque San Luis” que fue desarrollada en el gobierno de Frei Montalva (1964-1970) y netamente consistía en una nueva urbanización dirigida a sectores medio-altos.

En el año 1965 se creó el Ministerio de Vivienda y Urbanismo y junto a eso la Corporación de Mejoramiento Urbano. Por su parte, con la llegada del gobierno de la Unidad Popular de Allende (UP), se replanteó la idea y con ella la decisión de iniciar otro proyecto del cual nació “Villa San Luis”, es por ello que el arquitecto, Miguel Lawner, comenta que “el último año del gobierno de presidente Frei Montalva había sido malísimo en materia habitacional, se construyeron creo que en total no más de 10.000 unidades habitacionales”.

 

 

 

 

Fuente: El Instituto Nacional de Estadísticas (INE)

 

 

Como menciona Lawner, planificador de los proyectos de viviendas sociales durante el gobierno de Salvador Allende, “casi todos eran obreros de la construcción que vivían en Las Condes (…) jardineros y empleadas domésticas, la gran mayoría siendo de Las Condes su principal fuente de trabajo”. Asimismo, con las oportunidades laborales que los trabajadores tenían, anhelaban ser parte de la misma comuna que laburaban para tener una vida con trayectos cortos y mejores opciones habitacionales.

Quien tuvo esta oportunidad fue Ana María Epuñan cuando solo tenía 12 años llegó a vivir al lote 14 de la Villa San Luis. Ella junto a sus padres y su hermano cumplían el anhelado sueño de la vivienda propia, en sus primeros años de vida, la familia vivía puertas adentro en una casa de una familia acomodada donde su madre trabajaba como asesora del hogar, posteriormente tuvieron que radicarse y vivir en el campamento Patria Nueva de la comuna hasta que, con la llegada de la UP, el sueño de la casa propia fue una realidad.

Para los ex habitantes de la villa todo era “fabuloso”, su colegio no estaba a más de 3 cuadras, servicios básicos como almacenes o centros de salud estaban a menos de 15 minutos, hasta las celebraciones de cumpleaños eran en comunidad. Todo eso terminó siendo un oasis, el 23 de abril de 1980 por orden de la Junta Militar, pobladores del lote 14 fueron desalojados y reubicados a diferentes campamentos y viviendas en mal estado por todo Santiago, aunque los primeros desalojos partieron el año 1976 bajo disposición del SERVIU (naciente Servicio de Vivienda y Urbanización).

Ana María Epuñan, apuntando el departamento que fue el sueño de su familia, hogar que fue arrebatado durante la dictadura. Hoy será uno de los espacios que será un sitio de memoria.

Epuñan y su familia fueron a parar a la comuna de Lo Espejo, específicamente a unos viejos blocks de departamentos al costado del Cementerio Metropolitano, mismo lugar donde, años atrás, agentes de la dictadura dejaron el cuerpo de Víctor Jara. Entonces, sus vecinos y su querida comunidad de la “San Luis” en Las Condes no existieron más, ahora desconocidos y tumbas eran el nuevo lugar de su familia.

Un trauma difícil de acabar, tanto así que el padre de Ana cayó en una profunda depresión que lo llevó al alcoholismo, el perder su hogar fue un dolor que arrastró hasta el día de su muerte.

Diez años fueron los que la familia permaneció en Lo Espejo hasta que pudieron optar a una casa de mejores condiciones en Pudahuel, donde lograron armar un hogar con nuevas raíces, “yo no volvería a Las Condes (…) ya no tengo raíces allá, no tengo nada, que saco con vivir (en Las Condes) si al vecino de al lado ya no lo conozco”.

 

 

 

l.- Desalojados a la fuerza

El cantautor Víctor Jara entona en su canción En el río Mapocho: “Mueren los gatos y en el medio del agua tiran los sacos, pero en las poblaciones con la tormenta hombres, perros y gatos es la misma fiesta”.

Desde que las familias recibieron los primeros departamentos, las noches en la Villa se convirtieron en una antorcha rebosante de alegría, como describió Lawner, las personas de noche encendían fogatas y quemaban su pasado y vislumbraban un nuevo futuro.

Desde campamentos como el Mapocho en el año 1972 y 1973, diversas familias llegaron a la Villa San Luis, a una nueva vida, digna, humana y abierta a nuevas oportunidades. Crear una comunidad, era lo que buscaba el proyecto de gobierno de la UP, sacar a las personas del barro y llevarlas a un techo que para muchas  se convirtió en un sueño que fue hecho realidad.

Si bien los 5 años en el que vivieron esa ilusión fueron atesorados, esos momentos son un baluarte para pobladoras y pobladores que siguen en la lucha de resguardar la memoria y monumento histórico.

Sin embargo, Ana María Epuñan, recuerda ese despojo como si fuese ayer, todo comenzó con rumores sobre el desalojo y luego una carta plasmó lo que temían, un retiro forzoso porque esas viviendas debían ser utilizadas para el servicio de los militares. Esas confusas advertencias no los intimidaron, sino que se quedaron ahí en su hogar que tanto les costó y sin esperarlo durante la madrugada del 23 de abril de 1980 la Villa San Luis se llenó de camiones militares y recolectores de basura entre los edificios.

Así comenzaron los gritos, llantos, empujones, violencia y despojo dentro de sus amados hogares, el criterio de los militares fue nulo, esto a pesar de que hubiera niños durmiendo, ingresaron a los departamentos con escopetas y uniformes que los distinguían de la clase que humillaban a descaro.

No se diferenció entre lo material y lo humano, empujaron a los vecinos de la Villa San Luis por las escaleras y con ellos sus muebles, sus bolsas con ropa, sus colchones, sus bicicletas y todo lo que querían rescatar quienes salían por la fuerza de su hogar.

Los camiones de basura fueron los que acogieron a los habitantes de la Villa San Luis y sus pertenencias, jamás pensaron que luego de obtener su vivienda anhelada fueran desalojados con una violencia inhumana. Aquello lo recuerda con un nudo en la garganta Ana María Epuñan, que no logra contener sus lágrimas: “nuestros papás nunca se imaginaron lo que nos iban a hacer, yo los vi llorar cuando los sacaron, mi papá lo único que hizo fue sacar su escalera y su herramienta de trabajo que era una secadora y su plancha”.

La ex habitante de Las Condes rememora acongojada la imagen de su madre cayendo por la escalera, pero cuenta que lo más triste sucedió con su hermano: “al chiche que ya falleció, lo agarraron como perrito del espinazo y lo tiraron arriba del camión de basura. Mi papá con dos guaguas de vecinos las tenía sentadas en el camión en medio del chofer, el copiloto y un militar, no tuvieron derecho a reclamar o preguntar qué pasó”, afirmó con los ojos vidriosos la ex habitante de la Villa San Luis.

Quien no quedó al margen en esa época fue la revista Ercilla, que publicó un artículo el 10 de enero de 1979 donde explícitamente se cuenta la violación a los derechos de los habitantes de la Villa por parte de los uniformados.

Se aclaró que el desalojo contó con la ayuda de unos 500 carabineros para trasladar a los habitantes a canchas de fútbol, basurales y a la intemperie en medio de Santa Rosa, Renca, San José de Maipo, entre otras.  Aquello solicitado por la Intendencia de Santiago por petición del SERVIU Metropolitano.

Miguel Lawner.

En la publicación se establece que los militares arrasaron con todo, no respetaron que estuvieran los niños durmiendo, mujeres embarazadas, sacaron no solo a los ocupantes ilegales, sino que a personas que estaban designadas a los departamentos.

El mismo artículo relata que una dueña de casa, que no quiso identificarse, se negaba a abandonar su departamento por ser propietaria

legítima, “el departamento era mío, yo había pagado las cuotas, eso me negaba a abandonarlo, sin embargo, el teniente amenazó con pegarme y tirarme a un potrero si me resistía”.

Esa publicación la tiene guardada como tesoro Miguel Lawner, quien con una voz desafiante lee cada palabra de la publicación, demostrando que a pesar de la lucha incansable desde que comenzó con el proyecto inmobiliario aún no hay justicia para las familias desalojadas.

El arquitecto recalca que luego de la publicación de la revista Ercilla y los últimos desalojados que fueron 1.038  personas, comenzó la travesía, “ahí inicié la lucha por poner las cosas en su lugar”.

 

“Donde nos llevaron fui más pobre”

Quien tampoco quedó ajena a este régimen del terror, fue Antonieta Miranda (56) que actualmente es la presidenta de la fundación de la Villa San Luis de Las Condes. Llegó a vivir con apenas siete años y recuerda como si fuese ayer que sacaron a su familia y a todas las que habitaban la población para llevarlas a periferias desconocidas.

“Nos sacaron el año 78. El 76 sacaron a las familias para llevarla a los lugares baldíos que no sabían dónde los iban a dejar, a algunos los botaban en Pudahuel y en otras comunas, les dieron unas casas chicas que no eran ni casas”, declaró Miranda.

Pero no es casualidad que Antonieta Miranda y Ana María Epuñan ambas pertenecientes a la fundación Desalojados de la Villa San Luis de Las Condes, se reencontraron luego de que pasaran más de 40 años.

Ellas tienen recuerdos dentro de la comunidad porque ahí se conocía en detalle al vecino, los niños jugaban en medio de los pasillos de los edificios, se había creado hasta un kiosco de barrio, todo eso convertido ahora en una especie de espacios capitalizados, con excavadoras circulando cerca del único block icónico que queda parado, el ya mítico block 18.

En esto, ambas concluyen que el desalojo fue un humillante suceso para ellas y la comunidad completa, lo anterior según sus palabras “solo por el hecho de ser pobres”, por no cumplir con los estándares socioeconómicos que la comuna de Las Condes estaba acostumbrada.

Por eso, recuerdan la experiencia de la vecina María Contreras, que vivía en el primer piso del block 19 y que ahora es la actual vocera de la fundación, aquella fue ultrajada junto a sus dos pequeños hijos, perdiéndolo todo porque al ser trasladados dentro de un camión de basura el olor se impregnó en sus pertenencias.

Así comenta Miranda, presidenta de la fundación, que a su vecina María, se le quedaron los colchones llenos de chinches y garrapatas, perdiéndolo todo, “tuvieron que botar todo y en medio del traslado se iban cayendo sus cosas, entonces la señora María pataleaba para que el camión se detuviera para ir a recoger lo que se le había caído, llegaron allá y tuvieron que empezar todo de nuevo”.

Esa injusticia la recuerda Epuñan, que, teniendo el sueño de su propia vivienda junto al esfuerzo de obtener sus pertenencias para el hogar, perdieron lo material y su propia dignidad. Esto le pasó a ella y lo vivió en carne propia su vecina María Contreras, teniendo que empezar desde cero otra vez.  “Mi vecina María tenía dos niños chicos y tuvo que botar todo, hasta los colchones porque quedaron con olor a basura”. Recuerda que ella siempre le comenta “si en ese momento era pobre, en Lo Espejo donde nos llevaron fui más pobre”.

 

… el desalojo fue un humillante suceso para ellas y la comunidad completa, lo anterior según sus palabras “solo por el hecho de ser pobres”, por no cumplir con los estándares socioeconómicos que la comuna de Las Condes estaba acostumbrada.

 

 

II.- La vivienda como un eje fundamental del Estado 

El conflicto habitacional en el país radica principalmente en los planes estatales de principios del siglo XIX que tenían como finalidad una política social denominada higienismo, una medicina social donde se construyó un gran cordón sanitario que consistía en separar a la gente de la clase alta de la sociedad, que entendía que estaban sanos y libres de infecciones, en desmedro del otro sector donde estarían las personas enfermas, pobres o delincuentes.

Esta segregación social contribuyó a acrecentar los problemas habitacionales del gran Santiago. En la actualidad ese gran cordón urbano es lo que podemos conocer como el eje de Américo Vespucio.

Este modelo higienista de erradicación que se fue gestando con la llegada del régimen dictatorial de Augusto Pinochet, ocasionó que las familias que vivían en la Villa fueran deslocalizadas, distribuyendo separadamente a las familias a la periferia desintegrando todo lo comunitario que habían construido en la Villa San Luis.

Es lo que añora Ana María Epuñan y Antonieta Miranda, la comunidad, lo que se había construido con sus vecinos se evaporó con el abandono y el despojo de sus viviendas a sectores periféricos.

Dicho lo anterior, se conecta con lo sucedido a principios del siglo XX y como una respuesta a la migración campo-ciudad existente en el país, los centros urbanos tuvieron como resultado una explosión de población nunca antes vista lo que llevó a la proliferación de campamentos y cités a lo largo de las grandes ciudades. En el caso de la región Metropolitana, comunas como Santiago, Providencia, Ñuñoa y Las Condes, sufrieron las consecuencias demográficas de estos nuevos habitantes, la ciudad no estaba preparada para esta situación.

En las décadas posteriores el Estado entendió que era imperante dar soluciones a las personas que vivían en estas condiciones de vida, es así como en 1953 nace la CORVI (Caja de habitación en la corporación de la vivienda) organismo estatal que tenía como finalidad dar una respuesta habitacional a los sectores medios y bajos de la sociedad.

La política estatal fuera del color político era el de avanzar en brindar viviendas de calidad a los trabajadores y sus familias, es así como bajo el gobierno de Jorge Alessandri (1958-1964) se lograron construir 150.000 viviendas sociales, ubicadas principalmente en los centros de la ciudad; en el gobierno de Frei Montalva (1964-1970) se siguen construyendo viviendas y se crea el MINVU (Ministerio de vivienda y urbanismo).

Ya con la llegada de la Unidad Popular al poder (1970) y con Allende a la cabeza el avance habitacional era uno de los ejes principales de su plan de programa, tan así que a la construcción de viviendas se sumó el crear entornos urbanos amigables para los ciudadanos.

Lo que en palabras de Lawner lo denominaba como el crear ciudad amigable, sustentable y moderna. Para el mismo ex presidente el discurso era claro, “la vivienda es un derecho irrenunciable del pueblo, por lo que el Estado tiene el deber de proporcionar”.

Ciudades modernas, el sueño del gobierno en los 70’ tenía su hijo ilustre, La villa San Luis, aunque el anhelo de esa ciudad moderna con vivienda digna se ha esfumado hasta la actualidad, el modelo y recuerdo vuelven cada cierto tiempo a resurgir.

Por otra parte, la geopolítica aplicada con la llegada de los militares, consistía en un modelo de segregación social y con ello nace “Operación Confraternidad”, que apuntó en la erradicación un gran número de campamentos que se desarrolló entre los años 1977-1979. Por un lado, esta política social, como era llamada desde el régimen, gestionó y construyó un marco de acción que “legitimó” procesos irregulares e incluso ilegales, como fue el caso de la Villa San Luis de Las Condes.

“La primera operación fue realizada en 1976 en el marco del tercer aniversario del Golpe de Estado con la presencia de la Junta Militar. En un primer momento, se trasladó pobladores del campamento Nueva San Luis de Las Condes a La Florida, Peñalolén y La Granja”, según el libro Operación piloto: Santiago en tres actos.

 

Fuente: Operación piloto: Santiago en tres actos, Alejandra Celeron Forster. Pontificia Universidad Católica de Chile.

 

 

lll.-  Una lucha inagotable

Diciembre de 1983 y un télex de la Vicaría de la Solidaridad en Chile llega a Copenhague para la Familia Lawner-Barrenechea, en él venía escrito la autorización para retornar al país. Este mensaje que recibió la familia fue uno de los tantos que miles de exiliados recibieron gracias a las gestiones del organismo de la Iglesia Católica y las diferentes agrupaciones de derechos humanos que cada vez ponían en jaque la dictadura de Pinochet.

En marzo del 84´, con la dictadura en uno de sus procesos más álgidos debido a las diferentes protestas sociales que vivía el país, la familia Lawner-Barrenechea pisa tierra chilena con el retorno de la democracia, dejando atrás su exilio en Dinamarca para reencontrarse con su patria, Miguel y su esposa, Ana María, o como él prefería decirle, su “compañera”, volvieron a reunirse con dos de sus grandes pasiones, la arquitectura y el trabajo social.

En esta vuelta donde visitan con nostalgia uno de sus proyectos emblemáticos, la desazón por el daño a uno de sus hijos ilustres en la arquitectura como lo era la Villa San Luis fue tremendo:

“Una de las primeras cosas que hice fui visitar esto (Villa San Luis) y me di cuenta cómo estaba conscientemente, desde un comienzo, botado al deterioro, estaba sin mantenimiento, habían desaparecido los estacionamientos de vehículos, todos los espacios comunes. (…) De modo que ya desde un comienzo hubo el propósito deliberado de hacer negocio con eso porque no lo mantuvieron en absoluto”.

Una de las principales motivaciones de Lawner fue buscar justicia y reparación para los ya ex habitantes del conjunto habitacional de Las Condes, su afán de vocación social y compromiso con los pobladores lo llevó a escribir decenas de documentos y libros en los que explica el despojo que tuvieron que vivir cientos de familia.

Además, durante su vuelta estuvo organizando y buscando a diferentes dirigentes y dirigentas que habían habitado las viviendas, una tarea gigantesca al considerar que muchas de ellos fueron alejados a diferentes partes de Santiago sin un lugar claro por dónde comenzar a organizar una avanzada contra la dictadura en un primer momento, y luego dar paso a la lucha contra los gobiernos de la concertación que como explica el arquitecto, fueron cómplices de esta usurpación.

Por otra parte, luego del desalojo transcurrieron los años y Ana María Epuñan seguía en la comuna de Lo Espejo donde la llevaron a la fuerza junto a su familia, quedándose unos años ahí y luego se mudaron a Pudahuel encontrando un refugio dentro de un mundo inmenso. Mientras que Antonieta Miranda se quedó en Pedro Aguirre Cerda sintiéndose parte de una comunidad junto con sus vecinos. Pero quién iba a pensar que ese nudo en la garganta que guardaron por años al ser ultrajados lo podrían expresar en el reencuentro con los vecinos y Miguel Lawner en el  2016.

Todo comenzó con la latente enmienda social y la perseverante contienda del arquitecto de buscar justicia, porque la edificación de las viviendas sociales de la Villa San Luis de Las Condes no había sido en vano, fue él quien encontró a Antonieta Miranda, se comunicó con ella y todo se masificó. Miranda salía con su parlante por las calles a buscar a ex vecinos que habían sido desalojados, se creó la fundación y los testimonios empezaron a abundar entre llamadas, visitas y redes sociales.

Ese año 2016 comenzó la esperanza que anhelaban luego de que muchas familias no lograron obtener al fallecer o simplemente no seguir luchando. Una travesía que sigue hasta el día de hoy con sacrificio, años encima, angustias y en ocasiones, desilusión.

Pero Miguel Lawner no baja los brazos junto a la fundación “Villa San Luis”, donde esperan que el último bloque 18 que queda parado se convierta en un museo que dignifique y refleje lo que escribió en la entrega de las edificaciones el año 1972:

“(…) Del barro al pavimento, de la oscuridad a la luz, de un modesto rancho a un confortable departamento. Para la mayoría constituía un sueño inalcanzable quince meses atrás, varias madres lloraron al recibir las llaves”.

Es así como el año 2017 tras un decreto y mucha perseverancia detrás de los pobladores, el block 18 se declaró Monumento Histórico. Por su parte, ambas pobladoras, Antonieta Miranda y Ana María Epuñan, coinciden en la búsqueda de justicia y memoria, que tanta violencia no se repita y que la sociedad sepa que lo que ocurrió fueron actos deshumanizantes. Por ello, la lucha infatigable de parte de pobladores de la fundación “Desalojados de Villa San Luis” sigue incansablemente.

Por eso el anhelo es que el último bloque 18 se convierta en un museo histórico, el objetivo principal es contar con la presencia del arquitecto que ha estado en todos los procesos, así Antonieta Miranda recalcó que “nosotras no vamos a parar hasta que esté listo el museo, que don Miguel Lawner lo vea”.

 

En busca de justicia y memoria

La historia de Ana María Epuñan y Antonieta Miranda, están marcada por el esfuerzo y la determinación de sus padres. En aquel entonces, sus padres decidieron postular a la Villa San Luis a través de la CORMU, como se explicó en párrafos anteriores. Durante esa etapa de sus vidas, residían en campamentos y con el objetivo de lograr una mejor calidad de vida, postularon y pagaron los dividendos necesarios para acceder a estas nuevas viviendas.

Este cambio significó un gran avance en sus vidas, ya que pudieron dejar atrás las precarias condiciones y disfrutar de un espacio más cómodo y digno para sus familias.

Epuñan afirma, “mis papás postularon a la Villa San Luis por medio de la CORMU. (…) Se pagaron cuotas, yo llegué con 12 años y me fui a los 18, los departamentos tenían 3 piezas, lavamanos, tina, llegamos al segundo piso al departamento 201”.

Mientras que, para Antonieta Miranda, su llegada a la Villa San Luis fue en 1972 con apenas 7 años, relató que fueron momentos invaluables, pero cuando los sacaron el año 78 para llevarlas a los lugares baldíos fue traumante, “yo veo un milico y tirito entera, como que te trauma todo. Fue tanto el daño que nos hicieron”.

Pobladores visitando los trabajos en la construcción de los departamentos de la Villa San Luis. La labor social y de trabajo en conjunto entre los profesionales, obreros y trabajadores construyeron el sentido de pertenencia.
Fuente: Archivo personal de Miguel Lawner.

Con la inagotable defensa por la justicia y la memoria, las pobladoras quieren asegurarse de que los horrores del pasado no sean olvidados. Su determinación es inquebrantable, buscan que la verdad salga a la luz, que se demuestre aquellos responsables de los abusos cometidos por el dictador Augusto Pinochet.

El empeño de las pobladoras es mantener viva la memoria a través de este museo, que en palabras de Lawner será “un gran evento porque fundamentalmente va a estar dedicado y ahí se va a contar toda la historia de los pobladores que fueron víctimas de este atropello”.

La construcción de este memorial forma parte una invaluable tarea por preservar la verdad, el respeto de los derechos humanos y la vivienda digna. Con el anhelo de convertirlo en un museo que será de encuentro para los desamparados, discriminados y olvidados, también quienes participan por años en comités y mantienen la esperanza de un techo propio y acogedor para sus familias. Esa es la inspiración del arquitecto, otorgar oportunidades donde no las había, pasar de campamentos a departamentos confortables.

 

 

Siglo XXI, sentido social y respeto a la historia

A principios de los 2000, sólo quedaban 116 familias viviendo en los bloques 16 y 17 pertenecientes a los blocks originales, mientras alrededor estaban los escombros de los destruidos. En medio se levantaba el centro de negocios más importante del país, el Sanhattan chileno, como le denominan los empresarios, el sector entre las calles Presidente Riesco con Urano demuestra la desigualdad mayúscula y la falta de memoria histórica que los pobladores han buscado por tantas décadas.

Con el paso de los años y cada vez más demoliciones sólo quedó el bloque 18, que los pobladores lograron declararlo monumento histórico nacional el 29 de junio del 2017 bajo el decreto N°135, quedando como testigo de una historia que muchos oficinistas y hombres de negocios que se pasean por los alrededores desconocen.

Felipe Gilabert, presidente y gerente general de Constructora e Inmobiliaria Presidente Riesco, quien en la actualidad es dueño de los terrenos de la ex Villa San Luis, desconocía el pasado y los recuerdos de luces y sombras que las familias habían dejado en sus antiguos hogares.

El sentido social de pertenencia que las pobladoras lograron impregnar en Gilabert, hizo que esta inmobiliaria, preocupada de temas financieros y económicos, comprendiera la memoria e importancia histórica de reconocer y vincularse con sus antiguos habitantes, el respeto fue un factor fundamental.

La historia de estas 1084 familias no queda sólo en una consigna y un monumento en medio de la ciudad. Para ellos hubo resistencia y sufrimiento, pero también abundó la esperanza, amor y el calor de un hogar.

Edición: Ignacio Paz Palma

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