Es 23 de septiembre de 1973, luego de doce días de instalada la dictadura en Chile, en la vía pública se divisa humo proveniente de la calle de las Torres San Borja. En el lugar se encuentran militares rodeando una fogata que destruye libros y música.
Por Javier Troncoso Hernández
– ¿Qué son? ¿Son libros?, pregunta un periodista francés que cubría la
escena.
-Sí, son puros libros…libros políticos, responde rápido y en tono bajo el militar. Discos de Fidel Castro también, Che Guevara… dice luego.
-Aquí deben estar todos quemados sipo, responde inmediatamente otro militar indicando a la fogata de libros y discos.
Este mensaje fue comprendido por la población que poseía libros, sobre todo si estos eran contrarios a las ideas impuestas en dictadura, quienes con el temor de ser perseguidos llegaron a enterrar y esconder libros dentro de sus casas como motivo de resistencia, tal como Noel Neira, prisionero político del regimiento 14 Aysén.
Desde el extremo sur de Chile, en Coyhaique, Neira se escucha seguro mientras responde preguntas y relata su historia. Revive su paso como dirigente del Partido Socialista en 1970, encontrando en aquello un motivo para su persecución en el golpe militar, que en Coyhaique “comenzó tres días después del 11 de septiembre”, comenta.
Hace memoria del allanamiento en su casa como si fuese un recuerdo fresco: eran las 6 de la tarde del viernes 14, cuando de reojo, cuenta Neira, ve entrando hacia su casa una patrulla militar dirigida por el capitán Jaime Rosas Iracabal. En esos momentos, él era detenido como preso político y llevado a Las Bandurrias, ubicado a 18 km de Coyhaique hacia la cordillera, un campamento dependiente del Regimiento N°14 Aysén que funcionó como centro de interrogación y torturas.
En su casa, en ese momento, quedó su madre, quien presenció cómo los militares se llevaron libros relacionados a ideas socialistas, pero dejaron libros de masonería que pertenecían a su padre. Neira volvería a ver a su madre un año más tarde, y a sus libros, nunca, salvo unos pocos: “en mi casa encontré unos libros que estaban con moho, fueron escondidos en la pared de mi casa en el pueblo. Cuando se arrendó, hicieron reparaciones en la casa, y la persona que lo hizo, encontró estos libros y me los pasó”, lo relata como un hecho increíble.
Mientras eso sucedía en la lejana Patagonia, en Santiago los ruidos de la ciudad y los helicópteros alertaban una persecución intensa contra quien fuera conocido por apoyar a la Unidad Popular.
“Antes del golpe, Allende nos había dicho que nos protegiéramos”, recuerda Sergio Bitar, ministro de Minería de la Unidad Popular en 1973 y autor de Dawson Isla 10. “Cuando este se produce, los primeros dos días del golpe, lo que hice fue trasladarme a una población donde había dos familias que me resguardaron, mientras mi esposa vivía con miedo de ser allanada”, menciona.
Esos días Bitar los relata recordando un dolor antiguo. En el patio de su casa, el lavadero se cubría de humo negro y en el aire se perdían los restos de una fogata, mientras su esposa observaba llorando: estaban quemando sus textos guardados, pero no fueron los militares, sino que su esposa. “El pánico llevó a ella a quemar un conjunto importante de documentos y libros míos, además de notas personales sobre las experiencias previas a la Unidad Popular, como también notas de gabinete que tomé con el presidente Salvador Allende”, dice Sergio Bitar.
Aquellas notas quedaron incineradas en el olvido antes del allanamiento del día 13, salvo unas pocas que hablaban sobre la huelga de la mina el teniente, las cuales se mantuvieron escondidas y luego usadas por Bitar para publicar La caída de Allende y la huelga del teniente.
A la vez que eso pasaba, el 13 de septiembre, Bitar se fue a entregar voluntariamente al ministerio de Defensa para ser detenido y llevado a la Escuela Militar. El día 15 iba embarcado en un avión hacia la isla Dawson, lugar donde fue prisionero político hasta 1975, ubicado en el extremo sur de Chile, en la Provincia de Magallanes, a 100 kilómetros al sur de Punta Arenas.
– Nos trataron pésimo: ese día en la mañana nos levantan y nos dicen ¡tienen dos minutos para juntar sus cosas! luego nos suben a un bus, nos amarran, nos pisan y nos ponen un capuchón para llevarnos arrastrados a un avión, sin ver nada.
Luego Bitar siente que va en una barcaza, de cierta manera sabe que lo llevan a una isla. Cuando llegan, vulnerado, le quitan la capucha y lo primero que ve al abrir sus ojos es una isla llena de nieve, rodeada por militares con ametralladoras, quienes les anunciaron su llegada por ser del ejército enemigo.
“El pánico llevó a ella a quemar un conjunto importante de documentos y libros míos, además de notas personales sobre las experiencias previas a la Unidad Popular, como también notas de gabinete que tomé con el presidente Salvador Allende”, dice Sergio Bitar.
En su experiencia en aquella isla, Bitar relata el temor y las amenazas para someter a la cultura y al pensar. “Cuando nos llevaban al trabajo forzado nos hacía cantar el himno americano: Argentina, Brasil y Bolivia (…)”, canta mientras recuerda difusamente la melodía. “Y cuando llegaba el momento de nombrar a Cuba, el militar con la ametralladora nos obligaba a no decir Cuba, y decir m m”, nombrando dos m con la boca cerrada.
Este conflicto impuesto en contra de la cultura se dio también en la dictadura de Argentina en la misma década. Aunque, desde Buenos Aires, Marcelo Duhalde, exdirector de prensa del Archivo Nacional de la Memoria de esa ciudad, aclara que la quema de libros comenzó en 1966, con la anterior dictadura cívico-militar del general Juan Carlos Onganía, que duró hasta el año 73.
“Lo primero que atacaban siempre los militares eran los claustros, los profesores y los estudiantes, porque el poder y sus peones le tienen miedo a los que estudian, a los que se capacitan, a quienes tienen un poder de explicar cuál es la situación y el por qué se combate”, sostiene.
Es por eso que la primera quema de libros realizada allá fue en contra de una de las facultades humanistas donde había un altísimo nivel de profesorado e investigación. “Yo digo que fue en autodefensa; como les tienen miedo a los libros, los quemaban”, reafirma el argentino. Ya para la vuelta de la dictadura en el 76, la historia se encargó de relatar lo mismo en Córdoba: fogatas de libros en plena calle para que la sociedad se enterara a lo que se estaban enfrentando.
La prohibición fue una barbarie que implicó quemar casi todo tipo de libros con referencias sociales y de educación. En Chile, la editorial más afectada fue Quimantú: una empresa estatal comprada en la época de Allende, con el objetivo de lograr un alcance de documentación hacia obreros y estudiantes, logrando millones de impresiones distribuidas entre sus inicios en 1971 y el allanamiento en 1973.
RAZONES
– ¿Qué atribución tenía la editorial Quimantú para que haya sido perseguida?
– Cultura, responde tajante Sergio Bitar. La amenaza era que un trabajador podía leer, y no solo en ideas de cambios, podía leer una novela, enriquecer su espíritu. Esa educación fue cortada de raíz por una impuesta centrada en el individualismo y el consumo como realización personal, complementa.
Esta editorial estuvo directamente ligada con el proyecto de la Unidad Popular, ya que con su estatización formó parte del programa “Área de la Propiedad Social”, consiguiendo que la empresa fuera dirigida por sus propios trabajadores y obtuviera una producción y distribución que abaratara los precios de los textos.
Para el Golpe de Estado, el taller de Quimantú fue registrado y sus libros quemados en la vía pública, incluso con textos que aún no salían a la venta. Posteriormente, perteneció al poder militar, siendo vendida y después declarada en quiebra.
La prohibición fue la estrategia para limitar las herramientas que podía obtener la gente, para derrocar a un adversario. La manera de someter fue no ampliar el conocimiento ni los recursos, dejando terror esparcido para quemar cualquier intento de oposición frente a un verdugo.
Entonces ¿Por qué un libro fue considerado amenaza?
– La cultura, menciona Noel Neira, “siempre fue peligrosa para los fascistas”.
– Ellos consideraban amenaza todo lo que fuera capacitación, saber, profundizar en el pensamiento y análisis de las dudas. Causaba miedo porque eso despertaba la consciencia. Le tenían miedo al saber, reflexiona Marcelo Duhalde desde Buenos Aires.
De la misma forma lo ve Sergio Bitar. Después de su experiencia en Isla 10, recuerda ver al general Jefe de la Fuerza Aérea en televisión hablando de cortar de raíz al marxismo. En la pantalla se observaba al general diciendo esto al mismo tiempo que se pasaba la mano rasante por la mejilla. “Eso era sacar todo el marxismo, y se trataba de sacar de la cabeza y quienes los tuvieran, había que destruirlos”, termina Bitar.
El mismo Duhalde explica que el miedo y el control fuer
on los factores principales para que tomaran esta decisión. El miedo de no controlar el pensamiento. “Ellos siempre han querido controlar lo que se habla, lo que se escribe. Entonces la forma de controlar el pensamiento era asesinando docentes y quemando libros. Ellos sabían lo que estaban haciendo”, dice el argentino.
A esas alturas, la disputa de prohibir ideas era contra un explícito enemigo: el marxismo, en ese entonces, denominado como un cáncer.
– ¿Cómo esto ha evolucionado?
Para Noel Neira era parte de la vida polarizada que se instalaba, “un ataque a quienes tenían cercanía con el socialismo para hacerles saber que éramos los enemigos. De ese discurso no se ha perdido mucho, solo le han sacado la palabra cáncer, pero todos los días se habla del marxismo, cuando nunca fue importante para Chile. Este discurso se mantiene, solo cambia el lenguaje, dice Noel Neira.
Para Marcelo Duhalde, en Argentina esta evolución se sostiene a causa del neoliberalismo, “producto de que el 90-95% de los medios de comunicación están en mano de neoliberalismo. Ellos nos dicen siempre lo que está mal, entonces eso permanentemente hace que la sociedad crea que esa es la verdad”, menciona Duhalde.
La cultura, menciona Noel Neira, “siempre fue peligrosa para los fascistas”.
RESISTENCIA
Cuando se les pregunta ¿Cuál era la idea de salvarlos? Neira apela a los sueños y utopías “Nos creíamos el cuento y al ver tanta barbaridad, uno siempre quiso salvar las cosas que a uno lo inspiraban”.
Por su parte, Marcelo Duahalde, ex director de prensa del Archivo Nacional de la Memoria de Buenos Aires, asegura que el fenómeno tuvo distintos matices pues así como se enterraron armas, también se escondieron libros y todo apuntaba a la resistencia: “no permitir que llegue un momento donde no se les pueda enfrentar. Entonces cada uno, de acuerdo con su manera de pensar, actuó en consecuencia tratado de evitar quedarse con las manos vacías”.
Para Bitar, en tanto, la memoria es fundamental “Un libro es parte de tu espíritu, de ti mismo, ento
nces entiendo el deseo de guardar lo tuyo, lo que te educó y formó, lo que te orienta en la vida. No olvidar para aprender”.
Edición: Ignacio Paz Palma.